(13 de mayo del 2025. El Venezolano).- Tal día como hoy, pero en el año 1981, el papa Juan Pablo II sufrió un atentado en el que fue tiroteado por Mehmet Ali Agca.
El Papa sobrevivió al atentado, perdonó a su agresor y habló de un milagro. El 13 de mayo de 1981, la Plaza de San Pedro lucía como tantas otras veces: repleta de peregrinos, turistas, fieles y curiosos. Era miércoles, día de audiencia general, y Juan Pablo II, que por entonces llevaba apenas dos años de pontificado, recorría el espacio en su papamóvil blanco, descubierto.
Saludaba, bendecía, sonreía. Nada parecía presagiar el horror. A las 17:17, se escucharon los disparos. El Papa se desplomó. Había sido alcanzado por cuatro balas. El caos fue inmediato: gritos, empujones, confusión. La Guardia Vaticana reaccionó con velocidad. El papamóvil aceleró rumbo a la enfermería del Vaticano y desde allí, en una ambulancia común —la Santa Sede no contaba entonces con un sistema de emergencia moderno—, fue trasladado al Policlínico Gemelli. Las heridas eran graves. Una bala le atravesó el abdomen, dañando el intestino delgado y el colon; otra impactó en su mano derecha y una tercera en el brazo izquierdo. Perdió casi tres cuartos de su sangre. La operación de emergencia duró cinco horas y media. La recuperación, semanas, indica nota de Infobae.

Su agresor, Mehmet Ali Ağca, fue detenido en el lugar. Tenía 23 años y era turco. Había escapado de prisión en su país, donde estaba condenado por el asesinato de un periodista. Pertenecía a los Lobos Grises, un grupo ultranacionalista turco y con vínculos con el terrorismo de extrema derecha. Desde hacía meses planeaba el atentado, y había logrado infiltrarse en el Vaticano con una identidad falsa y una pistola Browning 9 milímetros oculta bajo el saco.
Durante los días posteriores al ataque, el mundo contuvo la respiración. La figura de Juan Pablo II ya había trascendido las fronteras de la religión. Era el primer Papa no italiano en 455 años en la historia de la Iglesia. Había desafiado al régimen comunista de su país natal, Polonia, impulsado el movimiento Solidaridad y se había erigido como un símbolo de coraje espiritual en plena Guerra Fría. Su vida pendía de un hilo, y no era un simple líder religioso: era un actor central en la escena geopolítica del momento.
El 17 de mayo, desde la cama del hospital, el Papa envió un mensaje grabado: “Rezo por el hermano que me disparó y a quien he perdonado sinceramente”. Esas palabras, inesperadas, marcaron el comienzo de un giro extraordinario. En 1983, Juan Pablo II visitó a Agca en la cárcel de Rebibbia. Hablaron en privado durante 21 minutos. El Papa le tomó la mano. Lo escuchó. Lo perdonó. Años después, la madre de Agca agradeció públicamente el gesto: “Ha sido un padre para mi hijo”.
