(21 de septiembre del 2019. El Venezolano).- Era previsible que el diálogo estimulado por Noruega en Barbados, se fuera a pique y no produjera ningún avance. Previsible porque no está ni en la naturaleza del régimen ni en el interés de Maduro llegar a ningún acuerdo, porque hace mucho tiempo decidieron que no abandonarán el poder por decisión propia. La cuestión fundamental, dicha hasta la saciedad, pero que todavía reclama ser repetida, es que el poder hace un uso táctico del diálogo: es un
modo de ganar tiempo y simular, ante las audiencias
internacionales, que mantienen alguna dosis de buena voluntad y
disposición para buscar una salida a la creciente debacle
venezolana.
A los demócratas nos toca entender las razones de fondo, cuyo
resultado es la inviabilidad del diálogo. Una de esas razones, es
que Maduro y su banda viven en una burbuja política, social y
económica. No están en contacto con lo que llamamos ‘la realidad’.
El vínculo que mantienen con lo real ocurre a través de reportes
verbales e informes escritos que falsean los hechos y ocultan las
condiciones de hambre y pobreza generalizada que afecta al 90%
de las familias venezolanas. Sus energías están concentradas en
salvarse de la justicia internacional, en continuar con sus negocios,
en sentirse protagonistas victoriosos de una guerra con el
imperialismo, cuyo triunfo no es otro que permanecer, al costo que
sea, en el poder.
La clave está justo en eso: mantenerse en el poder al costo que
sea. Significa: continuar matando de hambre y enfermedad a los
venezolanos; continuar provocando la huida masiva de millones de
personas, especialmente los jóvenes; continuar persiguiendo,
reprimiendo, torturando y encarcelando a todo aquel que disienta.
No solo eso. De forma simultánea, van extendiendo y profundizando
los mecanismos de sometimiento y control social como los CLAP,
los censos, las prácticas de adoctrinamiento y los mecanismos para
crear lealtades en las fuerzas armadas y en la administración
pública. Pactan con grupos narcoguerrilleros, engordan las milicias,
financian y protegen a bandas de delincuentes. Un poder que se
rige por esos pensamientos y que actúa con esos parámetros,
¿está dispuesto a un diálogo, cuando su único interés es -y han avanzado en ello- convertir el territorio venezolano en una enorme
guarida para sus prácticas delictivas?
Cierto es que estos fracasados intentos de diálogo son, en buena
medida, resultados de la presión internacional. Hay una confianza
en la herramienta del diálogo, indispensable en el pensamiento
democrático, que ha terminado por beneficiar a Maduro. Es un
paradigma mental tan poderoso -semejante a una idea fija-, que a
muchos les cuesta aceptar que hay casos en los que esa
herramienta, que ha sido eficaz o útil en alguna medida,
simplemente no funciona. No sirve. Es inadecuada, sobre todo,
porque se usa a favor de un poder que es ilegítimo, ilegal,
fraudulento y esencialmente antidemocrático.
El equipo del presidente Juan Guaidó, que ha debido levantarse de
la mesa en agosto, se mantuvo a la expectativa, hasta que fueron
los agentes de Maduro -los únicos beneficiarios de la farsa- los que
anunciaron su retiro de las negociaciones. Ahora sabemos por qué:
tenían listo el entuerto en el que venían trabajando desde hace
meses. Quien revise las declaraciones de Claudio Fermín, Timoteo
Zambrano, Felipe Mujica, Henri Falcón, Eduardo Fernández y otros
miembros de esta alianza, podrá constatar que la doble operación
de reconocer al gobierno de Maduro y de atacar las decisiones
tomadas por la Asamblea Nacional y las fuerzas aglutinadas
alrededor de Juan Guaidó, se gestaron con tiempo y el apoyo de
algún medio de comunicación.
La reacción que ha tenido lugar en la opinión pública venezolana –
quiero decir, en medios de comunicación y redes sociales- ha sido
aplastante e inequívoca: un rechazo total a la maniobra. Sobre los
implicados -políticos que han permanecido en el silencio a lo largo
de los años; que no han participado activamente en la lucha contra
la dictadura; que no han acompañado a los ciudadanos en sus
protestas y denuncias; y que, además, carecen del atributo de la
representatividad, puesto que sus organizaciones son,
objetivamente, no más que nominaciones carentes de estructura y
militancia-, han llovido, con fuerza torrencial, incluso de personas
que habitualmente no intervienen en las controversias políticas,
toda clase de sospechas, acusaciones y expedientes. La trampa les
salió entuerto. Estuvo mal concebida. Maduro intentó una operación
para ganar legitimidad, pero escogió para ello a un grupo de
políticos, retirados y políticamente irrelevantes, que carecen ellos mismos de la mínima legitimidad necesaria que la Venezuela de
hoy exige.
¿Qué fue entonces el diálogo de Barbados? Una tapadera, un cebo,
una distracción que permitiera ganar tiempo para el verdadero
objetivo de Maduro: reformar un Consejo Nacional Electoral, otra
vez a su medida; convocar a unas elecciones que permita la
destrucción de la actual Asamblea Nacional; acabar con Juan
Guaidó; inventar un escenario político, donde el poder adquiere un
barniz democrático, con una oposición construida a su gusto,
medida e intereses: una oposición colaboracionista que, lejos de
representar a la Venezuela democrática, aparece como un pequeño
y dudoso apéndice del régimen de Maduro.