(25 de enero del 2021. El Venezolano).- El voto libre, universal y secreto es una conquista de alta significación en la historia política de nuestro país. Desde el siglo XIX ha sido una preocupación contante de quienes abrazaban las ideas liberales y reclamaban una sociedad que, dejara atrás la vía armada para dirimir las diferencias. Aspiraban que la lucha por el poder se resolviera en las urnas mediante el ejercicio del sufragio. Hubo pequeños avances en tal sentido, pero también retrocesos fatales, como el lamentable fraude cometido contra el “Mocho” Hernández. que avivó las montoneras como mecanismo para disputar el control del poder político.
De estos terribles años. vale la pena rescatar las preocupaciones de Cecilio Acosta por encontrar un camino de superación, en medio de tanta borrasca. Dejó para la posteridad definiciones vigentes para el pensamiento político y enseñanzas que son preciso rescatar. En el siglo pasado, decía aquel ilustre venezolano sobre el empleo de la fuerza “…para sustituir un Gobierno que no lleva las ideas de la mayoría. Enhorabuena; ocúrrase a las elecciones, que lo quitan del medio sin trastornos, no se ocurra a vías de hecho, que sólo traen desolaciones. Si no se triunfare en las primeras elecciones, aguárdense otras, y después otras, hasta que al fin se venza.”Tras la muerte de Gómez esa demanda decimonónica se renovó con fuerza y vigor. Ocupó un lugar preeminente y fue factor clave para que AD participara en la revolución octubrista de 1945. No fue sino hasta la elección de la constituyente de 1946-47 cuando por fin se materializó, en todo su alcance, esa cara aspiración. Nos hicimos verdaderos ciudadanos. Fue efímera su existencia. Logramos rescatarla en 1958. Sufrimos los rigores de la dictadura y se enfrentó con gallardía su cruel represión. Costó vidas. Pagamos un alto precio. Una ejemplar actuación unitaria de la sociedad y los partidos políticos nos devolvió la democracia.
De nuevo comenzamos a usar el voto, el diálogo y la negociación como instrumentos fundamentales para procesar diferencias entre gente civilizada. La disputa por el poder, se solucionaba consultando la voluntad popular. Y su dictamen, en términos generales, era aceptado por todas las partes que participaban en la contienda electoral.
Pero en estas dos últimas décadas. El descarado ventajismo oficial. Sus recurrentes trapisondas. La judicialización de la política para impedir que actores políticos disidentes participen en los procesos electorales. La persecución y la férrea represión contra dirigentes gremiales, sindicales y defensores de los DDHH. Y una larga cadena de desmanes y abusos en contra de todo aquel que decida manifestar su inconformidad contra la dictadura. Hacen de las contiendas electorales, obstáculos difíciles de superar. Por eso debemos insistir en lograr condiciones mínimas de equidad para unos comicios creíbles. Y sus resultados puedan ser verificados y aceptados por todos. Esta pelea por mejorar las condiciones, debe asumirse como un proceso continuo, de avances y retrocesos. No será médiate ruegos y suplicas, a unos personajes que son capaces de cualquier cosa, con tal de mantenerse indefinidamente en Miraflores. Hay que arrebátales las garantías de un proceso competitivo y auditables, con presión.
Una etapa de la lucha democrática en Venezuela ha culminado. Con este nuevo año se inicia otra. Exigente y cargada de desafíos. Quienes creemos en la fuerza del voto. En su capacidad para movilizar y organizar a los ciudadanos, lo asumimos con optimismo y con la firme convicción que será la herramienta cívica que nos llevará a nuevas victorias.
El descontento general de la población es un hecho real. Todos los estudios de opinión coinciden en señalar que el 80% del país rechaza a Maduro y su obsoleto modelo. Llevamos cuatro años de hiperinflación que pulveriza los ingresos y empobrece cada día, a más gente. Golpea de manera inclemente a los sectores populares.
Millones de compatriotas se han visto obligado a buscar mejor fortuna en otros países. Los desastrosos servicios públicos nos condenan a vivir una vida de múltiples limitaciones. Se salvan de esta tragedia, el pequeño grupo de privilegiados que ha florecido saqueando el erario, con la protección de la cúpula que controla Miraflores,
Las esperanzas de cambio que nacieron con el resonante triunfo en las parlamentarias de 2015, debemos rescatarlas. Durante el pasado lustro se tomaron decisiones y se obró de una manera, que no dio los resultados esperados. Nos toca de nuevo revisar, corregir y rectificar. Abordar con amplio espíritu unitario, el diseño de una nueva estrategia que nos vincule a las mayorías que sufren y padecen esta tragedia.
Hay que mejorar el mensaje hacia ese amplio universo que desea fervorosamente un cambio en paz. Que sueña con vivir en una sociedad normal, donde se respeten las leyes y no se judicialice la política. Con optimismo y esperanza de cambio, tenemos que salir al encuentro con todos aquellos que quieren expresarse a través del voto, en jornadas electorales competitivas, auditables y aceptadas por la comunidad internacional.
No es momento de empantanarnos en discusiones inagotables. En ritos de flagelación para disfrute de los responsables de esta tragedia. Discutamos siempre viendo hacia adelante. Con proposiciones concretas. Alejadas de fantasías y atajos, que solo nos llevan a la frustración y la desesperanza. Con iniciativas que no dejen dudas sobre nuestras convicciones democráticas.
El sello criminal y militarista que domina la caracterización del régimen. Sus ejecutorias autocráticas. La despiada y cruel represión que practican contra la disidencia. Su desenfrenada vocación como violadores sistemáticos de los DDHH. No pueden ser la excusa para apartarnos del camino civilista.
Estamos curados de visiones idílicas de la política. Del tremendismo inútil. Del extremismo que ciega y obnubila. Del fanatismo que nos hace creer dueños de la verdad absoluta, y ver enemigos, hasta en nuestra sombra. Por ello, consideramos una prioridad, saber escoger el terreno adecuado para enfrentar la dictadura. Y este nos es otro que el podamos desarrollar por la vía de las jornadas cívicas y pacíficas, que tiene, entre otras expresiones, los procesos electorales.