(20 de noviembre del 2022. El Venezolano).- El día que un nervioso Joseph Blatter abrió el sobre para decir que Qatar iba a ser sede del Mundial 2022, subió al escenario a festejar el emir que estaba al frente del país en ese momento y padre del actual regente, Hamad bin Khalifa Al Thani, y una figura de mujer delgada, alta, con un traje bordó y un turbante del mismo color que sonreía discretamente, equilibrando la euforia reinante. Era la jequesa Mozah bint Nasser Al-Misnad, más conocida en el mundo de las realezas, el glamour y las revistas del corazón como Sheikha Mozah. La esposa del histórico emir y madre del actual monarca, Tamim bin Hamad Al Thani. La verdadera sombra del poder de esta pequeña nación que en las próximas cuatro semanas será el epicentro de las esperanzas y frustraciones de buena parte de la Humanidad.
En un reportaje realizado por Infobae se conoció que cuando la corona qatarí tiene que mostrar su mejor cara y tratar de desmentir las innumerables acusaciones de corrupción, violaciones a los derechos humanos y apoyo financiero a grupos terroristas, sacan a Sheikha Mozah al ruedo. La veremos, probablemente, en el estadio Al Bayt de Khor, donde se realice la ceremonia de apertura del mundial y el primer partido, más allá que el fútbol le interesa tanto como la física quántica.
Su gran pasión son las propiedades. En 2014 se compró en la exclusiva Cornwall Terrace, con vista al Regent´s Park, tres mansiones que las convirtió en un palacio de 10.000 metros cuadrados y es donde vive regularmente desde que su marido le entregó el trono a su hijo favorito. Y no es sólo esta propiedad, considerada la más cara de Londres después de los palacios reales, sino otros símbolos de esa ciudad, que nos muestran el poder real de los qataríes mucho más allá de sus pequeñas fronteras. Los multimillonarios gobernantes de Qatar son los propietarios de la torre Shard, Harrods, la villa olímpica, el edificio de la embajada de EE.UU. en Grosvenor Square, una porción del mercado de Camden, la mitad del bloque de apartamentos más caro del mundo en One Hyde Park y el terreno donde entrena el Chelsea, por no mencionar el 8% de la Bolsa de Londres, una parte similar de Barclays y una cuarta parte de los hipermercados Sainsbury’s. Unos 50.000 millones de dólares invertidos allí.
El emir de Qatar, jeque Tamim bin Hamad al-Thani durante un encuentro con el presidente ruso, Vladimir Putin. Sputnik/Vyacheslav Prokofyev/Pool via REUTERS.
En el Golfo Pérsico dicen que son “la familia más problemática del barrio”, a pesar de que tienen una casa muy pequeña comparada con algunos de sus vecinos. Por siglos se vio a Qatar como “una provincia de Arabia Saudita”, una pequeña península de 11.000 metros cuadrados, controlada por la tribu de Al-Thani. Fue desde siempre, un puerto de comercio de las caravanas y los mercaderes que iban y venían de China e India. Su centro de crianza de caballos y camellos era famoso en todo Medio Oriente. El erudito musulmán del siglo XIII Yaqut al-Hamawi escribió sobre los finos mantos tejidos a rayas de los qataríes y a sus habilidades en la mejora y el acabado de las lanzas. En realidad, el gran negocio de todos los tiempos fueron las perlas. Los pescadores qataríes eran maestros en el cultivo y la pesca del molusco. Después de guerras interminables entre las tribus y hasta un enfrentamiento a los cañonazos con la East India Company, Qatar quedó en manos de la Casa de los Thani bajo protectorado británico.
En los años 40 del siglo pasado aparecieron las primeras grandes reservas de petróleo en la península arábiga y eso cambió la suerte de todo Medio Oriente, incluido Qatar. En 1971, Gran Bretaña se retiró y después de un breve período de adhesión a los Emiratos Árabes, el reino fue independiente. Su apoyo a la coalición árabe-occidental en la guerra del Golfo de 1991, lo puso nuevamente en el mapa. Hasta que, en 1995, un golpe palaciego cambió todo. El príncipe heredero Hamad bin Khalifa Al Thani tomó el control del país mientras su padre, el emir Khalifa bin Hamad Al Thani, estaba de visita en Ginebra, Suiza. Un contragolpe al que dieron su apoyo Egipto, los Sauditas y los Emiratos, fracasó y la sangre nueva de los Al Thani se consolidó en el control del reino. Así es como la jequesa Mozah llegó al trono como la tercera esposa de Khalifa y en muy poco tiempo se convirtió en su favorita y la imagen internacional qatarí.
A partir del 2001, Qatar comenzó a ser un escenario de la Guerra Antiterrorista global lanzada por Estados Unidos tras los atentados del 11/S. Desde la península operaban decenas de organizaciones, supuestamente benéficas, que terminaban financiando a Al Qaeda. Después, con el inicio de la guerra civil siria, esas y otras entidades enviaban dinero a varios grupos que enfrentaban al régimen de Bashar al Assad -y al mismo tiempo a las fuerzas pro-occidentales que se habían sublevado-, como el frente Al Nusra. Hasta que aparecieron decenas de conexiones con el ISIS. El Estado Islámico tuvo en Qatar un centro financiero con el que pudo enviar y recibir dinero para su causa cuando creó el califato en un vasto territorio entre Siria e Irak. En el Congreso de Estados Unidos se comenzó a hablar de Qatar como “el Club Med del terrorismo”.
De acuerdo a varios informes de las agencias de inteligencia de Estados Unidos y Europa, en Qatar estuvo refugiado por un largo tiempo, Khalid Shaikh Mohammed, el cerebro del ataque con aviones a las Torres Gemelas de Manhattan y el Pentágono. Uno de los lo ayudó era entonces presidente de la Asociación de Fútbol de Qatar que organiza ahora el mundial. Abdul Karim al-Thani, miembro de la familia real, entregó una casa segura para Abu Musab al-Zarqawi, el fundador de Al-Qaeda en Irak, el predecesor de ISIS, también le consiguió un pasaporte qatarí y le entregó un millón de dólares en efectivo. El reino también mantiene un compromiso de entregar, al menos 400 millones de dólares al año, al grupo Hamas que controla la Franja de Gaza. Y financia varias milicias en Libia que luchan contra el gobierno prooccidental de Trípoli. También apoyó a los Hermanos Musulmanes de Egipto y dio refugio a sus líderes cuando perdieron el poder.
Esta situación estalló el 27 de mayo de 2017, cuando Arabia Saudita, Egipto, Baréin, Emiratos Árabes Unidos y Yemen cortaron los lazos diplomáticos con Qatar acusándolo de desestabilizar Medio Oriente y apoyar a grupos terroristas. Dos meses más tarde, con el apoyo de Estados Unidos y gracias a un lobby de muchos millones de dólares, comenzó un proceso en el que Qatar se comprometió a transparentar sus financiamientos y a cortar sus lazos con grupos terroristas.
Trabajadores extranjeros en el sitio de construcción del estadio Lusail en Doha, Qatar. REUTERS/Kai Pfaffenbach.
La gran fortuna de Qatar proviene del gas que hay bajo su suelo. Tiene unas reservas extraordinarias de 25 billones de metros cúbicos. Desde 2012 es el mayor exportador del mundo de gas licuado que se comprime y enfría a 160 grados bajo cero para ser transportado por barcos a todo el mundo. La invasión de Rusia a Ucrania y las posteriores sanciones a las exportaciones de ese fluido, hicieron a Qatar aún más rico con precios récord que alcanzaron los 25 dólares por millón de unidades térmicas. El pequeño país tiene un PBI de 180.000 mil millones de dólares, lo que equivale a más de 60.000 dólares por año para cada qatarí. En realidad, los nacidos en el reino son apenas 886.000 personas, que gozan de todos los derechos y mantienen un altísimo nivel de vida. Los restantes dos millones de habitantes, son inmigrantes que escaparon de la pobreza extrema en Bangladesh, India, Nepal, etc. La mayoría de esta gente continúa viviendo vidas miserables entre la ampulosidad de las torres de cristal que hacen de Doha, la mayor urbe donde vive el 80% de la población, una ciudad Disney.
Tal vez, lo mejor que hizo el dinero real qatarí es la red de noticias Al Jazeera, que recibe financiación del gobierno de Qatar pero mantiene su independencia editorial. Al contrario de lo que sucede en el país, donde todos los medios sufren la censura previa y los derechos básicos de las minorías son ignorados, la cadena de noticias puede funcionar con estándares globales de la prensa libre. Se lanzó en 1996 y la dirigen desde entonces periodistas profesionales británicos que lograron duras críticas y censuras de la mayoría de los países de la región, comenzando por Arabia Saudita donde tiene una enorme audiencia, y Estados Unidos. Fue un canal de información clave en cada levantamiento de la llamada Primavera Árabe, las guerras y las protestas desde Irán hasta Afganistán.
En todo este contexto, el pago de un soborno de 880 millones de dólares a la FIFA para quedarse con el mundial, es apenas una pequeña inversión. Lo hicieron con pagos a través de los derechos televisivos y el reparto de, al menos, un millón de dólares por cada uno de los votos que recibió de los representantes de las federaciones de fútbol. En ese sentido, el documental de Netflix, “FIFA Uncovered”, es brutal y definitivo sobre lo que ocurrió en Suiza en 2013.
Desde Qatar operaron por años las organizaciones que recaudaban dinero para el ISIS y otros grupos terroristas.(Archivo DEF)
Aunque lo peor llegó después, cuando Qatar tuvo que construir todos los estadios y la estructura necesaria para un evento de este tipo. Invirtió unos 220.000 millones de dólares, el mundial más caro de la historia, mientras explotó a los trabajadores. De acuerdo a Amnistía Internacional, las violaciones a los derechos humanos de los inmigrantes que trabajaron y murieron en esas construcciones son épicas. La mayoría de los migrantes llegaron huyendo de la pobreza desde países como Nepal, Bangladesh e India. Pero para hacerlo pagaron comisiones de hasta 4.300 dólares a contratistas, y mantienen deudas difíciles de pagar. Se detectó un alto nivel de hacinamiento y precariedad. En sus lugares de origen les prometían salarios mayores, pero al llegar a Qatar los contratistas les pagaban menos. Además, se registraron numerosos retrasos de meses en los pagos. Los trabajadores que quieren dejar el trabajo no pueden hacerlo porque muchos empleadores retienen pasaportes y permisos de residencia. Se registraron jornadas de 12 horas, sin días de descanso durante semanas o incluso meses. Murieron unos 40 trabajadores por estos maltratos y otros 50 sufrieron graves heridas. Otros informes hablan de 36.000 damnificados.
Ante todas estas tragedias respondió el enorme aparato de propaganda que montó el gobierno qatarí para este evento y que tiene a la jequesa Mozah como su cara más amable. Su trabajo consiste en encarnar el “poder blando”, el lado fotogénico y encantador de una familia que dirige un Estado de la sharia, en el que la homosexualidad se castiga con la muerte, las mujeres tienen severas restricciones en sus libertades y los trabajadores extranjeros son despojados de sus derechos y obligados a trabajar en condiciones muy peligrosas. En este sentido, Sheikha Mozah es un símbolo de las profundas ambigüedades que hacen de Qatar ese pequeño país tan curioso y brutal.