(19 de octubre del 2020. El Venezolano).- “Sepa una cosa, jovencito, lo que más detesto es el cigarrillo y el licor. Pero, por encima de eso, a los periodistas”, le dijo Fernando Bustamante a José Emilio Castellanos al verlo con una libreta entre sus manos, preparado para entrevistarlo. El hombre nunca accedió a ninguna entrevista. Óscar Yánez, Raúl Domínguez, María Helena Páez, entre otros, tocaron la puerta de la casa ubicada en San Bernardino, pero ninguno pudo entrar. Incluso, comenta Castellanos, que un día alguien de la familia advirtió que había dos periodistas en la entrada: Bustamante, al escucharlo, salió con machete en mano para perseguirlos y alejarlos.
José Gregorio Hérnandez: un santo para Venezuela. Un siglo de fe
José Emilio Castellanos hablará sobre su encuentro con Fernando Bustamante el martes 20 de octubre a las 7:00 pm en un conversatorio con el sacerdote Enrique Yañez, quien es miembro de la comisión ante El Vaticano de la Causa de beatificación del doctor José Gregorio Hernández.
En el encuentro también estará el artista plástico Edo Sanabria. El evento será gratuito.
Para este periodista venezolano, residenciado en Estados Unidos desde hace varios años, la presencia de José Gregorio Hernández en el imaginario social y cultural venezolano es importante para escudriñar el centro de la identidad.
Primero, es el reconocimiento de la maestría y el estudio ante el militarismo rampante y, segundo, es una figura enmarcada en el clamor popular.
Fernando Bustamante fue acusado, durante años, de un crimen que no cometió y que lo persiguió hasta la muerte: el de atropellar al doctor José Gregorio Hernández. Quizás por eso este señor encontraba en la prensa un recuerdo constante a un hecho que cambió su vida.
José Emilio Castellanos fue el único que logró entrevistarlo. La conversación duró cinco horas y el reportaje sorprendió a todo los lectores del periódico El Nacional. El fotógrafo fue Juan Quijano. Era 1977. Para ese entonces Bustamante era un señor de 84 años de edad, con lentes de pasta, el rostro arrugado y una prominente calvicie que era acompañada por unos cuantos cabellos a los lados. Castellanos, por su parte, era un joven periodista con una barba negra que se compaginaba con su cabello. Él se encontró, de forma esporádica, con la figura de Bustamante mientras revisaba los expedientes antiguos del Registro Principal de Caracas.
Un día, comenta, recibió una llamada de alguien que decía “quisiera que vinieran para que vieran que los alacranes se están comiendo los expedientes”. Él pensó que la imagen de los alacranes era una exageración, una hipérbole rebuscada, pero sintió curiosidad por el deterioro de este lugar. Al llegar al Registro Principal se dio cuenta que los alacranes no eran parte de una metáfora y que, al contrario, estaban regados por todo el techo del lugar. Una imagen tenebrosa, dice. Mientras conversaba con los trabajadores del lugar empezó a preguntar sobre expedientes antiguos de grandes personajes venezolanos. Había uno de Simón Bolívar, otro de Juan Vicente Gómez y, por último, revisó uno correspondiente a la muerte de José Gregorio Hernández.
El imaginario social y cultural de Venezuela está marcado por la leyenda del famoso atropellamiento del venerable doctor. Incluso, algunos incautos narran la mala suerte de ser atropellado por el único auto de la ciudad. Sin saberlo ni pensarlo todos aseguran esa historia, pero Castellanos se encontró en el expediente con una realidad distinta: Bustamante no fue el causante de la muerte de José Gregorio Hernández. En el archivo aparece una carta de José Benigno y César Hernández, hermanos del doctor, donde exponen la inocencia de Bustamante en el caso.
José Emilio Castellanos empezó a preguntar sobre este señor por todos lados. Unos le dijeron que se la pasaba en la plaza la Candelaria, con una pequeña cantimplora repleta de licor, pero era mentira. Otros le comentaron que era el dueño de Óptica Bustamante, dato que era cierto. Castellanos llamó a la tienda, pero uno de las hijos de Bustamante contestó que su padre no hablaría con ningún periodista. Antes de que él, con la rabia acumulada, colgara el teléfono, Castellanos le respondió: “yo tengo el expediente donde dice que tu papá no es culpable de la muerte de José Gregorio”. En ese instante el tono de él cambió y el señor Fernando Bustamante aceptó la entrevista.
Bustamante era amigo cercano de José Gregorio Hernández. Incluso, este último sería el padrino del hijo que esperaba Bustamante para junio de 1919. El día del fatídico accidente, relata Castellanos en su recuerdo de la entrevista, Bustamante manejaba un Hudson excel supersix, un vehículo de lujo traído por Juan Vicente Gómez para su cúpula ministerial. El auto no era de él, sino del hijo favorito de benemérito, Alí Gómez, pero él lo manejaba por la cercanía que tenía con la familia del gobernante.
Ese día todo parecía normal. En la noche José Gregorio visitaría la casa de los Bustamante para el chequeo de rutina del embarazo. El tranvía de la ciudad pasaba y no se detenía en ninguna parada, solo bajaba un poco la velocidad para que los pasajeros tuvieran la chance de subirse o bajarse. Bustamante puso el vehículo en primera para subir por la parroquia de La Pastora. Iba a 30 kilómetros por hora. Yo veo el tranvía a ver que no me vaya a salir nadie de ahí y cuando volteo, en cosas de segundos, veo que al frente está saliendo el doctor Hernández y me mira con una cara de gran susto. Trato de esquivarlo y solo lo rocé con el parafango en el muslo izquierdo”, le dijo Bustamante a Castellanos.Comparte en
En ese momento José Gregorio trató de agarrarse de un poste cercano, pero se tropezó con los adoquines de la calle y cayó al suelo. Bustamante lo recogió con otros vecinos y lo llevó al Hospital Vargas donde, ese día, estaba Luis Razetti como médico de guardia. José Gregorio Hernández llegó muerto y su colega, reconocido en la historia civil venezolana, confirmó que la causa era una fractura en la base del cráneo. No fue el encuentro esporádico con Bustamante la razón de la muerte, tampoco el atropellamiento por el único carro de la ciudad como los mitos urbanos relatan, fue, simplemente, el inmanejable destino.
Luego, en la entrevista con Castellanos, Bustamante diría: “La providencia me escogió para hacer de José Gregorio un santo”. Aunque, era fácil de notar, que la vida de la familia Bustamante cambió radicalmente por la mitificación del accidente. Castellanos relata que un día conversó con el esposo de una de las hijas de Bustamante y este, a su vez, le comentó que ese hecho se mantenía flotando sobre todos los familiares. Nadie hablaba de ello, pero todos cargaban con la culpa en sus espaldas. Aunque, después de mucho tiempo, Fernando Bustamante encontró sosiego en la figura santa de José Gregorio Hernández. He considerado aquel infausto día, como un sino del destino. Y considero que el cielo me escogió para abrirle al doctor Hernández las puertas de la inmortalidad”, dijo Bustamante.
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El hijo que esperaba Bustamante, el cual sería ahijado de José Gregorio, murió a los siete meses de nacido por una complicación cardiaca. Para Bustamante la muerte de su hijo fue una consecuencia del rebullicio de esos meses, ya que su esposa, en pleno embarazo, sufrió la incertidumbre y el dolor de la muerte del doctor.
Luego, Fernando Bustamante salió exiliado para Curazao, donde se unió a la logia masónica. Se graduó de optometrista y dentista. Tuvo 9 hijos que lo acompañaban, a sus 84 años, en todas las reuniones familiares. En su casa Castellanos observó un altar dedicado a José Gregorio Hernández. Una figura que se mantenía impoluta en la memoria de Bustamante. No le gustaba la pomposidad de la vida social y se mantenía sereno en su hogar.
José Emilio Castellanos, un entrevistador de lujo
Su afición por el periodismo comenzó en el segundo año de bachillerato, en la década de los sesenta, con un compañero llamado Pedro Peñalver. Ellos eran consejeros estudiantiles. Castellanos, con una voz prominente y un lenguaje pulcro en su escritura, comenta que en esa época decidió responder con alevosía al conservadurismo de algunos periódicos murales de Barquisimeto, estado Lara.
Creó un radio-periódico llamado “La voz del estudiante”. Duraba una hora y se transmitía todos los días. Ellos, con la emoción de la juventud, salían de clases, preparaban el guion para el programa y se dedicaban a informar a todos los barquisimetanos. Incluso, comenta con orgullo, alguien comentó en una tesis de grado que ese radio-periódico fue importante para sobrellevar un momento de gran incertidumbre política y noticiosa en el país. Nos metíamos mucho con la candela política del momento. Tuvimos una gran repercusión porque, aunque nuestro programa se transmitía al mediodía, todas las noches los radio-periódicos afines a los partidos políticos intentaban machacarnos y pelear con nosotros”, agrega.Comparte en
Fundó con Enver Cordido la Asociación de Periodistas Liceístas en Barquisimeto. Siguió el ejemplo de lo realizado en el liceo Fermín Toro de Caracas. Las únicas asociaciones con este talante en la historia del país. Fue un joven contestatario en sus textos y en sus narraciones.
Luego, como la mayoría de profesionales venezolanos, decide mudarse a la ciudad de Caracas para continuar con su labor periodística en los grandes medios del país. Al segundo año de la carrera de periodismo comenzó a trabajar en la Cadena Capriles como pasante. Siempre fue un escritor incipiente y sus textos lograron gran visibilidad para la época. Comenta que una de las razones era su cercanía con el mundo universitario en un periodo caracterizado por la convulsión guerrillera, tanto en el campo como en las ciudades. Esto le permitió conocer el trasfondo de la exacerbación estudiantil.
Su entrada en el periódico El Nacional está antecedida por un suceso donde la muerte lo miró de cerca. Un día tuvo que viajar en una avioneta, con otros periodistas, para cubrir un reportaje en el llano venezolano.Un zamuro se metió en el motor de la avioneta, causando una falla que pudo haber significado la muerte de todos los tripulantes. Después de este gran susto, el primero de enero de 1970, entró en la rotativa de la redacción dirigida por Miguel Otero Silva. Su primera entrevista fue al reconocido escritor venezolano Arturo Uslar Pietri.
En su etapa como reportero tuvo la posibilidad de inmiscuirse en temas de importancia social. La figura del periodismo era primordial para mostrar la realidad del país y, en la mayoría de los casos, los reportajes provocaban acciones inmediatas en el gobierno de turno. Un ejemplo de ello fue el trabajo llamado El delito de ser loco que trataba sobre la estadía de los enfermos mentales en el Manicomio de Caracas. Este texto provocó un decreto presidencial para clausurar ese antiguo manicomio y crear, posteriormente, un hospital actualizado para el tratamiento de los enfermos.
Castellanos cumple con la sinergia de la investigación, encerrado entre grandes paredes de libros, y la reportería de calle. Antes de entrar en un tema lograba encontrarse con verdades ocultas, como ocurrió en el caso de Fernando Bustamante o, también, en el reportaje sobre los leprocomios de Venezuela. En el leprocomio que estaba en Cabo Blanco, Estado Vargas, comenta, que se encontró con una señora de apellido eslavo, con una tez pesada y un repertorio inacabable de anécdotas. “Ella me contó que, en la década de los cuarenta, un joven argentino tocó la puerta del leprocomio para pedir empleo. Era un médico recién graduado, que había paseado por todo el continente con una biblia bajo el brazo. Ese joven era el ‘Che’ Guevara”.
La conversación con José Emilio Castellanos es un vaivén de referencias y anécdotas. De su etapa como reportero recuerda la importancia de cada texto para cambiar la realidad social y, después, en su etapa como consejero de prensa de algunos diplomáticos puntualiza sobre la relevancia de la información para el oficio político. El poder de la prensa, para él, genera una conciencia social para desmenuzar los hechos de un país.