(23 de diciembre del 2021. El Venezolano).- Todo año durante la temporada fría nov-feb tras la huella de Pacheco, cuando la radiación solar incide, directamente, sobre su orografía y los alisios del noreste soplan, impertérrimamente, nuestro WR inicia un cambio casi uniforme, entre los fortines y La Julia, de su matiz natural por la vertiente sur –de frente hacia Caracas- a un color casi de vinotinto, producto de la inflorescencia rosadopurpúrea de ramas aceitosas, pegajosas extendidas y erectas, en espiga, luego de la plenitud de una gramínea denominada, comúnmente, capim melado (Melinis minutiflora), vegetación secundaria no asociada a piso térmico alguno, aunque muy notoria, junto con el gamelote (Panicum maximum), durante una subida por cualesquiera de sus rutas, entre los 1000-1600 m de altitud, según marca nuestro altímetro barómetro, y en sabanas producto de la regresión del bosque debido a la desertización y degradación; obviamente por talas, pastoreo, ya que durante los siglos XIX-XX hubo, en sus faldas, labores agropecuarias, así como las quemas tan usuales por épocas de sequía.
Aunque sus flores decoran nuestra Navidad con su refulgencia, quizá debido al polen que, a toda hora, trasporta el viento, origina molestias por rinoconjuntivitis alérgica, según análisis del Instituto de Biomedicina de la UCV en habitantes de Los Mecedores y Galipán, para lo cual existe terapia específica y eficaz.
Su gama resalta, más aún, durante el sol de los venados, poco antes del ocaso, cuando el sol está a unos 25 grados bajo el horizonte visible al radiar sobre su degradación en crestas abruptas.
Por su deflagración y nocividad, se considera como una hierba mala, de muy difícil desarraigo de la montaña celadora de nuestra metrópolis, de “eterna primavera”.
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