21 de julio del 2025. El Venezolano).- En cada paso que da un migrante venezolano hacia Colombia, hay una esperanza que se arrastra con ellos: escapar del hambre, de la represión, de un régimen que arruinó un país. Pero en esa misma ruta, entre trochas y caminos clandestinos, se esconde una amenaza oscura que también salió de Venezuela: el Tren de Aragua.
No es solo una banda. Es una estructura criminal transnacional que opera como un cartel, con brazos en Perú, Chile y ahora, con fuerza, en Colombia. Su negocio: extorsionar, secuestrar, traficar personas. Su blanco predilecto: los migrantes más vulnerables.
No hablamos de rumores. Hay documentos oficiales, investigaciones periodísticas y testimonios de víctimas que confirman cómo el Tren de Aragua ha instalado células en puntos clave de la frontera, especialmente en Norte de Santander, donde controla trochas y cobra por el “paso seguro”. Para quienes no pueden pagar, las consecuencias son brutales: desapariciones, violencia sexual, esclavitud.
Esto no es solo un problema de seguridad. Es una tragedia humana. Y es también una mancha más sobre el régimen de Nicolás Maduro, cuya represión ha empujado a más de 7 millones de venezolanos fuera del país. Al caos migratorio le ha seguido la ley del más fuerte, y en las sombras, ese “más fuerte” ha sido el crimen organizado.
Colombia ha hecho esfuerzos importantes por acoger y regularizar a los migrantes. Pero esta amenaza exige otra respuesta: una acción binacional e internacional contundente. Las autoridades colombianas deben continuar desmantelando estas redes, pero también necesitan más apoyo de organismos multilaterales, cooperación judicial y presión diplomática contra quienes desde Caracas siguen permitiendo que esta organización crezca como un cáncer en la región.
El venezolano que cruza una trocha no es un criminal: es una víctima. Y cada vez que el Tren de Aragua se cruza en su camino, es una nueva forma de condena. Como medio comprometido con la verdad y con nuestra gente, lo decimos claro: no podemos permitir que el rostro del migrante venezolano sea confundido con el del delincuente. Esa es una narrativa peligrosa y falsa.
Es hora de separar las cosas: el pueblo que huye y la banda que se aprovecha de su sufrimiento no son lo mismo. Y es deber de todos —autoridades, medios, sociedad civil— hacer esa diferencia evidente.