(23 de julio del 2021. El Venezolano).- Luego de seis meses de haber tomado posesión sin haber modificado un ápice las políticas de su antecesor hacia La Habana, el presidente Joe Biden quizás esperaba que Cuba caería como una fruta madura en su regazo, como escribió su colega John Quincy Adams en 1823. Pero la verdad fue que la crisis cubana le estalló en la cara como una frutabomba (papaya o lechosa) y dejo al descubierto que no había hecho nada, simplemente porque no sabía qué hacer.
Y aquí hay que ser muy claros. El responsable de la situación que padece la nación cubana es su gobierno y los cubanos tienen todo el derecho de protestar y exigir un cambio, sin que por eso sufran represión y persecución. Pero Estados Unidos no es un espectador, sino un actor protagónico, cuyas acciones y omisiones pesan mucho en ambos lados del estrecho de La Florida. Y no puede darse el lujo de colocar el rumbo de su política hacia Cuba en piloto automático con el GPS del chofer anterior.
Biden tenía todo un abanico de opciones frente a Cuba. Y decidió mirar hacia otro lado, como se lamentó el escritor cubano Leonardo Padura. “Ni siquiera nos ve”, dijo. Y entonces uno se pregunta qué objetivo tenía en mente. ¿Producir un cambio político en Cuba al mantener la agresiva política de Trump en medio de la crisis de la pandemia del Convid 19? ¿O quizás conquistar el voto del exilio duro cubano en La Florida? ¿O obligar a Cuba a bajarle el copete a sus aliados en Venezuela y Nicaragua?
Porque Trump si estaba muy seguro de su objetivo. Su meta era polarizar para ganar el voto cubano, nicaragüense y venezolano en Florida y lo logró sin lugar a dudas. Pero Biden solo puede complacer a los duros con una imposible invasión. Quizás por eso en menos de 72 horas le dio un viraje radical a su política hacia Cuba y comenzó a hablar con voz propia.
El hecho es que apenas una semana antes de los sucesos del 11 de julio, Juan González, principal asesor del presidente Biden para Latinoamérica, anunciaba la inminente reanudación del envío de remesas a Cuba por canales regulares como, así como el restablecimiento de las actividades consulares en La Habana. “Es nuestro interés unilateral en hacerlo, tenemos un argumento fuerte y humanitario al respecto», señaló el funcionario del Consejo de Seguridad Nacional.
Se trataba de un mínimo gesto de la administración Biden que había dejado intactas todas las otras medidas de Trump, algunas de ellas tomadas incluso después del 4 de noviembre, como por ejemplo la inclusión de Cuba en la lista del Departamento de Estado de países que amparan el terrorismo.
Biden ratificó esa decisión haciendo caso omiso a la petición en sentido contrario del expresidente colombiano Juan Manuel Santos. Y tampoco hizo nada con respecto a la activación del Capítulo III de la Ley Helms – Burton, que admite las demandas de ciudadanos estadounidenses contra terceros por litigios de propiedad en Cuba. Una puerta que no había sido cruzada por ningún presidente norteamericano hasta Trump y que había sido específicamente objetada por la Unión Europea, la mayor inversionista en Cuba actualmente.
Y entonces llegaron las manifestaciones a lo largo y ancho de toda la isla, que no solo tomaron por sorpresa a las propias autoridades cubanas, sino al mundo entero. Y Biden se lanzó al ruedo con fuertes declaraciones.
El 16 de julio prometió ingresar la señal de internet a la fuerza en Cuba, anunció que las remesas continuarían suspendidas y declaró que la isla era un “estado fallido”, que en lenguaje diplomático significa que es tierra de nadie y que se puede enviar una fuerza “policial” simplemente para poner orden.
Pero no fue aclamado por el exilio cubano que tomó las calles de Miami. Le pedían mucho más que eso. Querían una invasión. Y entonces Biden debe haber descubierto que asistir a su propia boda vistiendo el traje del novio anterior es de muy mal agüero. Y Trump sin duda debe haberse reído desde Maralago.
El lunes 19 de julio se echó para atrás sin decirlo. Ni hablo de la internet, que por cierto ya está restituida según me reportan desde la isla, ni volvió a mencionar lo de “estado fallido”, sino que por el contrario anunció el inminente reforzamiento del personal diplomático en La Habana, entre otras cosas atender el escandaloso retraso en los trámites migratorios que afectan a más de 100 mil cubanos, quienes desde hace tres años no pueden resolver sus casos de reunificación familiar por la falta de personal en la sede consular de EEUU en Cuba.
Y en cuanto a las remesas indicó que había designado un equipo de trabajo para resolver el tema a fin de no afectar a la población cubana. En ese sentido y como un aporte a esa comisión le informo que con Western Union por cada 100 dólares le llegaban 97.75 CUC al destinatario. Mientras qua ahora con los “particulares” que se ocupan del envío de dinero, por cada 100 euros, se cobran 30 de comisión.
Antes de cerrar operaciones por mandato de Trump, solamente Western Union tramitaba 2.4 millones de dólares diarios en remesas desde los Estados Unidos. Una cifra que alcanzó incluyendo todas las agencias, 6.616 millones de dólares en el año 2019 y que cayeron a 2.967 millones el año pasado. Con números que tienden a cero durante 2021.
Se trata de dinero que va de persona a persona. De madres a hijos y viceversa, que justo en medio de la pandemia fue cortado por razones políticas. Así son las cosas.