(18 de Febrero del 2020. El Venezolano).- “Acepto la languidez de la muerte, como un reposo inmerecido”, Alexander Blok (Rusia, 1880-1921).
Pocas veces la historia de la humanidad ha recogido la grandeza artística de una mujer, y en paralelo, su vida llena de tragedias, desgarramientos y dolor. Una mujer que se convirtió en lumbre lo más oscuro del vivir, esa mujer es Anna Ajmótava, la poeta del dolor. Nació a las afueras de la ciudad de Odesa, el 23 junio de 1889. A los 11 años de edad comenzó a escribir poemas, dominó cuatro lenguas, fue traductora, estudiosa de la historia de la madre Rusia, amó con locura su ciudad imperial: San Petersburgo, la antigua capital, con sus canales, sus puentes, sus catedrales majestuosas y sus inviernos duros.
Anna era una mujer alta, delgada, de nariz aguileña, ojos grises y cabellos castaños, lucía como una mujer con garbo, lacónica al hablar, sabía degustar un buen vodka, lectora apasionada, amante ardiente, fumadora impulsiva y lectora voraz. Su primer marido fue fusilado en 1922, Nicolás Gumiliov, fue un poeta y catedrático. El gobierno de Josef Stalin arrestó a su hijo León y pasó largos años en cárceles gélidas, junto a los presos políticos. Su segundo esposo Nikolai Punin, un crítico arte nacido en 1888, también fue víctima de las purgas stalinistas, murió encarcelado en 1953. Ajmótova sobre esos hechos, escribió hermosos versos:
“Te detuvieron al amanecer yo iba detrás de ti como en cortejo fúnebre. Aullaré tras las torres del Kremlin como las esposas de los soldados strieltsys”. (Los etrieltsys eran un regimiento especial, todos fueron fusilados).
Anna Ajmótova fue miembro fundacional del movimiento poético Acmeísmo, ellos a diferencia del simbolismo, buscaban el lenguaje directo, lacónico, cotidiano. En esa cruzada la acompañaron los poetas Nikolái Gumiliov y Serguéi Gorodetski. Acmeísmo viene de la palabra “apogeo”. Militando en este movimiento de vanguardia, publicó su libro “Rabaño blanco”, en 1913:
“Abandonaré tu casa blanca tu jardín apacible y la vida será desierta y luminosa. A ti te alabaré en mis versos como ninguna mujer supo hacerlo jamás tu recordarás a tu amada en el paraíso creado por ti para sus ojos y yo comerciaré mercaderías escasas: venderé tu amor y tu ternura”.
La musa del dolor Ajmótova, fue presa de la censura, en varias ocasiones debió destruir sus archivos, esconder sus libros, quemar sus manuscritos. Algunos poemas suyos, los conservaron sus amigos y fueros reescritos años más tarde. En la década de los sesenta, fue candidata al Premio Nobel de Literatura, pero no consiguió el apoyo de su país, no se realizó ninguna promoción ni lobby a su favor. Para entonces, su obra había sido traducida al hebreo, japonés, alemán, inglés, francés y polaco. En 1964 recibió el Premio Internacional de Poesía en Italia, el Etna-Taormina, otorgado por la Comunidad Europea de Escritores. En 1965 recibió el Doctorado Honoris Causa en la Universidad Oxford, en el Reino Unido, la universidad más antigua del mundo.
La musa del dolor mantuvo una entrañable amistad con su paisano Joseph Brosdky, quien era un joven poeta, miembro de una familia judía, nacido de San Petersburgo en 1940, quien se exilió en los Estados Unidos de Norteamérica y murió en Nueva York en 1996. En una ocasión, Brosdky declaró sobre Ajmótova: “A todos nos producía una suave quemadura espiritual el destello de su corazón, su inteligencia y la fuerza moral que ella irradiaba”.
Anna vivió en carne viva dos guerras mundiales, el asedio de Leningrado de 1941 a 1944 por las tropas Nazis, la revolución bolchevique en octubre de 1917 de Lenin, las purgas stalinistas. Vio morir sus seres más amados, algunos fueron sepultados vivos en las cárceles del país más vasto del mundo. Sobre esas terribles vivencias, ella escribió:
“Bebo por la casa destruida por mi vida terrible por la soledad entre los dos y por ti, yo bebo. Por la mentira en los labios traicioneros por el frío mortal de los ojos por el mundo brutal y tosco por lo que Dios no salvó”.
En medio del caos, la poeta del dolor mantuvo el equilibrio, se hizo una mujer resiliente (de las crisis salía fortalecida). Fue un ser armónico gracias a su sensibilidad expresada en su poesía. A pesar de las pérdidas y las rupturas, nunca dejó de amar, siempre escribió poemas amorosos. En medio del horror de las guerras, las pérdidas humanas, la soledad asfixiante; ella creo belleza perdurable, expresada en sus siete libros:
“De todo lo terrenal solo quedó tu pan imprescindible la palabra dulce del hombre la voz limpia del campo”.
Ajmótova amó profundamente a la ciudad de San Petersburgo, “la Venecia del norte”, la megalópolis fundada por el Zar Pedro el Grande en 1703. Esa ciudad fue testigo de sus amoríos, vio el nacimiento del grueso de su obra poética, allí ella vivó a plenitud. Siempre esbelta, altiva y elegante, recorrió los 400 puentes que la cruzan, sus majestuosos templos. La llamó “La ciudad de Pedro, de atardeceres como hogueras púrpuras y sombras espesas”. La muerte de la musa del dolor, Anna Ajmótova, se produjo el 5 de marzo de 1966, tenía 76 años de edad, se encontraba en las afueras de Moscú. Ella la vislumbró y plasmó en sus versos:
“Eso ocurrirá un día en Moscú cuando abandone la ciudad para siempre y retorne al anhelado hogar dejando entre ustedes solo mi sombra”.
Sus exequias se realizaron en el hermoso templo de San Nicolás del Mar, en San Petersburgo. Construido para venerar al patrono de los marinos San Nicolás de Bari. Una gran cantidad de personas, de diferentes grupos etarios, de distintas generaciones, pasaron frente a su ataúd y le arrojaron flores para despedirla. Fue sepultada en la bahía del Nevá, Komarovo:
“Creo que los pinos de Komarovo hablan en su propia lengua y como primaveras aisladas se yerguen en los charcos, bebiéndose el cielo”.
Ella nació frente al mar y su tumba está frente al mar, siempre con flores frescas, gracias a los cientos de lectores que peregrinan hasta ella. Yo la considero la mejor poetiza del siglo XX, en todas las lenguas, en todas las generaciones. Con sus versos podemos alumbrar los túneles más oscuros de esta vida y sobrellevar las asperezas de nuestros días.
León Magno Montiel
@leonmagnom
leonmagnom@gmail.com