(12 de mayo del 2019. El Venezolano).- Los grandes poetas realizaron diversos trabajos en paralelo a su creación literaria para poder subsistir. Muchos fueron diplomáticos, como Octavio Paz, Pablo Neruda y Amado Nervo. Otros oficinistas como Constantino Cavafis y Fernando Pessoa. Algunos fueron reconocidos educadores, como Gonzalo Rojas, Tagore y Andrés Bello.
Otros ejercieron como periodistas: Rubén Darío, Nicolás Guillén, Hesnor Rivera y Roque Dalton. Pocos abordaron la poesía con todo su tiempo, entregados a ella desde el principio de sus vidas como Vicente Huidobro y Dylan Thomas. En el caso del poeta colombiano Álvaro Mutis, es curioso cómo pasó por los oficios más diversos: fue un locutor de radio en la década de los 40, dobló la voz de personajes de películas y fue ejecutivo de la Columbia Pictures.
Laboró en una agencia de publicidad, fue jefe de asuntos públicos de la aerolínea colombiana lanza en los años 50. Trabajó para la trasnacional petrolera Esso. Pero la intensa rutina que esos empleos generaban, no pudieron segar su vocación literaria. Su hermosa obra surgió profusamente, dividida entre la poesía y la narración, y logró los máximos honores en el ámbito de la lengua castellana:
“De su opaco trabajo nos nutrimos como pan de cristiano o rancia carne
que enjuta la fiebre de los ghettos a la sombra del tiempo, amiga mía,
un agua mansa de acequia me devuelve lo que guardo de ti para ayudarme
a llegar hasta el fin de cada día.”
Álvaro Mutis nació en Bogotá el 25 de agosto de 1923, su niñez la pasó en Bruselas, pues su padre era diplomático. Estudió con los padres jesuitas, ellos le enseñaron a amar la historia y la literatura. Al morir su padre repentinamente a los 33 años de edad, regresó con su madre a Coello en el centro de Tolima, a la finca de su abuelo Jerónimo Jaramillo, donde estuvo en contacto con la naturaleza prodigiosa: ríos, árboles gigantescos, el aroma del café, frutos de néctares divinos. Eso lo reflejó en su obra compuestas por 24 títulos entre poesía y narrativa, títulos originales y antologías: “Yo cargo esas imágenes, esos olores, esos rincones, los llevo conmigo y por eso escribo, para que sigan vivos. Coello está en la confluencia de dos ríos y para mí es el paraíso. Cuando llegué de Bélgica y nos quedamos ahí antes de llegar a Bogotá, empecé a recorrer los cafetales, a oler, a ver los dos ríos que confluían más adelante, 200 metros de la casa”.
Su nombre, en su origen, tiene un gran significado: Álvaro, es el hombre prevenido. Mutis, en silencio. Es decir: “El hombre prevenido en silencio”. La familia Mutis tiene una profunda raigambre italiana, estos emigraron al sur de España y echaron raíces en la ciudad andaluza de Cádiz, ciudad costera en la que vivió temporadas intensas, a la que amó con fuerza. Allí había nacido el sabio José Celestino Mutis, el 6 de abril de 1732, a quien estudió Álvaro con fascinación. El celebrado botánico, un pionero de las ciencias en el Nuevo Mundo, murió en Bogotá en 1808.
Desde niño, Álvaro sintió predilección por los libros, por la buena conversación, la gran música. Cultivó una amistad de seis décadas con Gabriel García Márquez, quien lo seleccionó como su invitado especial para la ceremonia de entrega del Premio Nobel.
El Gabo lo consideraba un hombre simpático, de una elegancia natural, con cara de turco y voz estentórea. Sobre Mutis y sus peculiares empleos, García Márquez escribió:
“Fue también jefe de relaciones públicas de una empresa aérea que se acabó cuando se le cayó el último avión. El tiempo de Álvaro se le iba en identificar los cadáveres, para darles la noticia a las familias de las víctimas antes que a los periódicos. Los parientes desprevenidos abrían la puerta creyendo que era la felicidad, y con sólo reconocer la cara caían fulminados con un grito de dolor.”
García Márquez le dedicó su novela “El General en su laberinto” de 1989:
“Para Álvaro Mutis, que me regaló la idea de escribir este libro”. Una etapa muy dolorosa la vivió Mutis en territorio mexicano, cuando estuvo 15 meses en la terrible cárcel de Lecumberri, el aterrador “palacio negro”, sentenciado luego de perder una demanda con la Petrolera Esso. Confesó que en esos días tocó fondo su vida:
“En la cárcel tú llegas al final de la cuerda; todo lo que sucede en la cárcel es verdad absoluta. Ahí no tienes lugar especial, ni por tu posición social, ni por tu condición de escritor; pierdes todos tus privilegios, y eso es muy sano. Estás frente a la nada, no sabes qué va a ser de ti.”
De esa dura experiencia surgió uno de sus libros más vibrantes, “Diario de
Lecumberri” en 1960, el relato conmovedor de sus vivencias como reo:
“Ocupaba una de las celdas del primer piso que mantenía siempre cerrada con candado y adonde nadie fue invitado jamás a entrar. Y mientras los
demás habitantes de nuestra crujía, conocida en Lecumberri como la de “los influyentes” o “cacarizos”, preparábamos nuestra comida o la
recibíamos de fuera, don Abel se acercaba dignamente, con la escudilla en
una mano y el pocillo reglamentario en la otra, para recibir el rancho del penal que llegaba hasta nuestra reja a las horas de comida, sólo hasta entonces para cumplir una rutina.”
La poesía de Mutis recibió los más altos honores, los premios de mayor alcance y prestigio en lengua española:
- Médicis en 1989.
- Nonino en 1991.
- Reina Sofía de Poesía en 1997.
- Príncipe de Asturias en 1997.
- Cervantes en 2001.
En su discurso de aceptación del Premio Cervantes en 2001, el escritor bogotano de ancestros gaditanos, se expresó ante el Rey de España y los invitados especiales así:
“Abrir un libro mío, ya sea de poesía o de narrativa, es una prueba que trato de evitar las más de las veces. Como jamás he vivido de mi vocación literaria y me he ganado el pan en oficios muy distantes de las letras, he tenido siempre la sensación de que mi obra caminaba desamparada por sendas ajenas a mi diaria rutina.”
Álvaro Mutis tuvo una larga vida, de incontables viajes y de múltiples ocupaciones. Durante un año y medio estuvo en el foso de la nada. Hoy celebramos su obra, disfrutamos su poesía luminosa y desbordante: “Un golpe de aguas contra las piedras de la fortaleza, me llamará cada día y cada noche hasta cuando todo haya terminado. Me llamará sin otra esperanza que la del azar agridulce que tira de los hilos neciamente sin atender la música ni seguir el asunto en el libreto.
El gran escritor, el poeta trashumante, Álvaro Mutis, murió en su segunda patria, México, víctima de una neumonía a los 90 años de edad en 2013. En esa nación le rindieron altos honores, en esa tierra azteca conoció y cultivó una fecunda amistad con Octavio Paz, Elena Poniatowska, Carlos Fuentes y el cineasta Luis Buñuel.
Como un gaviero que desde lo alto divisa la tripulación en medio del mar inmenso, así permanece la poesía de Mutis, ante los ojos escrutadores de sus lectores, que son sus compañeros en ese viaje eterno del arte verdadero y perdurable. Mutis junto a sus personajes: Maqroll en su gavia, La Machiche insaciable, y sus compañeros del Palacio Negro, pasa a esa dimensión de los elegidos, como El Gabo. Él es un protagonista de una ficción universal, es otro personaje de una trama que estará siempre presente, Mutis.
León Magno Montiel
@leonmagnom
leonmagnom@gmail.com