(07 de enero del 2022. El Venezolano).- La historia de la familia Peña es digna de ser tomada en cuenta. Es un ejemplo de superación. Es una demostración de lo que puede lograr el ser humano cuando decide tomar el camino al éxito y de la superación personal.
Escrito por Roberto Alonso Presenta
Nuestra historia comienza a partir de un muchacho de 14 años, Hernando – “Ernie” – Peña, quien tuvo la visión de superarse y de vencer las adversidades que le impuso la vida. Nacido en un hogar de un agricultor padre de 9 hijos, en un pueblo perdidos en La Serranía de Perijá, en Venezuela, quien sufrió un terrible accidente automovilístico y lo perdió todo. Luego de recuperarse de sus heridas, logró generar una granja de más de cincuenta mil pollos, que el destino le arrebató debido a una epidemia avícola: ¡perdiéndolo todo nuevamente!
Uno de sus hijos, “Ernie”, no se dio por vencido. Sumido en la mayor e inimaginable pobreza, comenzó a trabajar por su cuenta, vendiendo empanadas, trabajando en lo que pudo para lograr el dinero suficiente para llegar a Caracas, la capital de Venezuela, buscando la luz al final del túnel.
Un día, con su propio dinero ahorrado, tomó un bus y se aventuró a la próspera ciudad de Caracas y allí comenzó su nueva vida: ¡sin conocer a nadie!
No fue por suerte que “Ernie” se abrió camino en un nuevo mundo. Él tenía la intuición necesaria como para saber cómo proceder. Era servicial, amable y se hizo amar, robándole el corazón a una familia pudiente que para la época estaba en la cúspide del poder político venezolano. Venezuela estaba en su mejor momento económico, pero ese auge no le llegaba a su pueblo natal de Machiques, en el estado Zulia, paradójicamente la zona más rica del país, región de una ancestral tribu conocida como los wayús, de la que él desciende.
La Fundación
En 1972 me encontraba estudiando en Berlín Occidental, donde por un golpe del destino, entré en contacto con el Departamento de Estado de Estados Unidos. En 1973 regresé a Venezuela para montar mi propia empresa. Ahí conocí a Vianey – “Danny” – Torres, hermano de 13 años de uno de mis mejores empleados. Era un muchacho que merecía un mejor futuro.
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Había vivido con la familia Losh en Deer Park, un pequeño pueblo del estado de Washington. Mi hermana y una prima habían vivido con los Losh y se me ocurrió enviar a “Danny” para que viviera con ellos y estudiara en el “high school” del pueblo, que entonces contaba con unos tres mil habitantes.
En una cena a la que fui invitado en la embajada de Estados Unidos en Caracas, le comenté al entonces-embajador sobre “Danny” y a éste le pareció que podría multiplicar mi esfuerzo enviando a muchachos venezolanos provenientes de familias de las clases más pobres de Venezuela para que vivieran en Estados Unidos, se educaran y conocieran la manera de vivir estadounidense con la intención que al regresar a nuestro país se convirtieran en “embajadores ad-honorem” de Estados Unidos de América.
Pasaron dos años y un día me invitaron a una reunión en Washington DC. La idea de quien había sido embajador de Estados Unidos en Venezuela caló entre el Departamento de Estado y ahí comenzó la “aventura”.
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Basado en el mencionado proyecto, nació “La Fundación Doña Petra del Amo” en honor a mi abuela materna: Petra del Amo, un ser humano excepcional que le dedicó su vida a la atención de los muchachos más pobres de nuestra Cuba natal. Doña Petra murió en su exilio de Puerto Rico el 11 de enero de 1974, donde descansan sus restos mortales.
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La administradora del programa en el estado de Washington fue Beverly Losh, mi “madre americana“. En Venezuela contamos con la importante ayuda de la Dra. Argelia de Oraá, una socióloga relacionada con el partido político que para 1975 gobernaba nuestro país.
El gobierno de Estados Unidos cubriría los pasajes aéreos de Venezuela a Deer Park (estado de Washington), donde mi “madre americana” se encargaría de conseguir familias dispuestas a recibir a estos jóvenes de ambos sexos. Las familias anfitrionas cubrirían los gastos de manutención y de vestimenta de los jóvenes del programa. Vivirían en hogares de agricultores y ayudarían en las tareas de las granjas, tal como lo hacían los hijos biológicos de cada familia, por lo que recibirían una mesada para cubrir sus gastos extras. Cada muchacho estaba cubierto por seguros de salud gestionados a través de la fundación.
En un principio se consideró extender el programa a otros países de la América hispana, lo que no llegó a materializarse debido a complicados factores que no vienen al caso; sin embargo, la fundación se extendió a los estados de Montana, Idaho y Oregón.
El programa contemplaba mantener a los muchachos entre 15 y 16 años hasta que se graduaran de “high school”, considerando la posibilidad, de acuerdo a sus calificaciones académicas, de seguir estudios universitarios.