(02 de mayo del 2021. El Venezolano).- “Todas las mujeres tenemos algo que contar”, escribía el jueves en su cuenta en Twitter la poeta venezolana Yolanda Pantin. Era un colofón al doloroso deslave de denuncias de víctimas de abuso y acoso sexual y violaciones vivido en las redes sociales en los últimos días, que quitó el telón a una crisis que ya no cabe debajo de la alfombra de las otras urgencias de la Venezuela ahogada en el autoritarismo de Nicolás Maduro, la pobreza y la precariedad.
Cuatro años después de que el movimiento Me Too expuso al poderoso productor de Hollywood, Harvey Weinstein, la ola del feminismo llega a un país que cultiva el machismo con disimulo bajo la supuesta premisa de la madre jefa del hogar echada para adelante. Músicos, actores, directores de teatro, escritores, tenores, políticos, periodistas han sido señalados la última semana de cometer abusos y otras violencias.
El movimiento parte de una herida abierta en centenares de relatos, en la cancelación de los señalados, casi todos separados de sus lugares de trabajo, y también en el suicidio de uno de ellos, el escritor Willy McKey.
La bola de nieve comenzó con el cantante de la banda de rock caraqueña Los Colores, Alejandro Sojo. Al menos seis mujeres han denunciado que las acosó para tener relaciones sexuales cuando eran menores de edad —de 14, 15, 16 y 17 años—, siendo él mucho mayor que ellas. Los relatos han estado siendo recabados a través de la cuenta de Instagram @alejandrosojoestupro, que refiere al término con el que antiguamente se reconocía el delito de abuso sexual de menores bajo un supuesto consentimiento, que queda viciado en el contexto de una relación desigual en la que el abusador es una persona mayor, con una superioridad cognitiva y herramientas de poder para controlar a la víctima.
La insistencia abusiva para tener sexo, el grooming, el envío de fotografías de sus penes no solicitadas, la violación de adolescentes que estaban ebrias, la manipulación desde posiciones de poder y una cadena de víctimas en torno a cada abusador son una constante en los relatos que han inundado Twitter. Tony Maestracci, de la agrupación Tomates Fritos, fue señalado por una joven que lo conoció en el Cusica Fest, un concierto que reunió a casi toda la movida del rock nacional en 2019. A través de unos amigos terminó coleándose como fanática en el after party del concierto, donde se embriagó. Maestracci le ofreció que se fueran del lugar. “Estaba muy ebria, no sabía mucho de mis acciones, pero recuerdo bien lo sucedido. Me llevó a su cuarto, y luego desperté desnuda, teniendo flashbacks de él encima de mí desnudo”, escribió desde la cuenta @chellesoy.
Las denuncias trascienden el medio musical. Andrea González señaló en un video en Instagram a Juan Carlos Ogando, uno de los fundadores de Skena, un conocido grupo teatral juvenil que funciona en un colegio de Caracas. Conductas inapropiadas, toques fuera de lugar y comentarios sexuales fueron confirmados como un patrón por otras víctimas, todas menores de edad y él cerca de los 50 años. Bajo el anonimato, Pía denunció el caso que ha tenido más resonancia. Cuando tenía 16 años e intentaba iniciarse en la escritura y el teatro, el escritor Willy McKey entabló una relación con ella, intentando crear una especie de “mentoría” intelectual. Terminó teniendo relaciones sexuales con la adolescente, siendo 20 años mayor que ella. McKey reconoció lo sucedido, confesó haber cometido estupro y pidió perdón a sus víctimas en tres comunicados colgados en su cuenta de Instagram, lo único que queda después de que decidió borrar todo el contenido previo. Otras mujeres también dijeron haber sufrido su acoso. Les pedía fotos y, a veces, encubría el abuso con promesas de conectarlas en el círculo profesional en el que se movía. 24 horas después de su confesión, McKey se lanzó desde el piso 9 de un edificio en Buenos Aires, ciudad donde residía hace varios años con su pareja.
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