(07 de abril del 2019. El Venezolano).- A propósito del papel que juega Estados Unidos en el conflicto venezolano es conveniente recordar que en su política exterior esa potencia ha tenido horas luminosas y oscuras, avances y retrocesos, y que sería imposible generalizar el peso que ha ejercido para los procesos históricos latinoamericanos.
Ciertamente, hombres de confianza de Washington terminaron siendo los peores déspotas de Latinoamérica. Trujillo, Somoza, Fulgencio Batista, por ejemplo, se impusieron con el beneplácito o por la simple intervención de personeros norteamericanos en la política de sus países. Pero años después, también desde Washington provino el empuje clave para la caída de cada uno de esos tiranos.
De hecho, el derrumbe de cada uno de esos gorilas comenzó cuando fueron perdiendo el apoyo de Estados Unidos. Trujillo que se atrevió a organizar el secuestro del profesor Jesús Galíndez en pleno New York, terminaría arrinconado diplomática y financieramente por Estados Unidos que apoyó sin ambages las sanciones en el marco de la OEA. Como se ha documentado fehacientemente, tal fue el origen de la confabulación de varios de sus hombres más cercanos (afectados también íntimamente por sus decisiones), quienes lograron ejecutarlo en 1961.
Así Anastasio Somoza, quien estudió en Estados Unidos y casó con una ciudadana norteamericana, pero la diplomacia de Jimmy Carter rompió con él y terminó forzándolo a renunciar en julio de 1979. El Embajador Lawrence Pezzullo logró convencerlo de dejar el poder y así se lo comunicó a sus superiores, en telegrama recientemente desclasificado. Dos meses antes, Somoza había denunciado la injerencia norteamericana como una agresión económica contra su país.
Más emblemático aún el caso de Fulgencio Batista quien saltando desde la modesta posición de secretario taquígrafo y con el simple rango de Sargento, tras la Sargentada de 1933, logró dominar por muchos años a Cuba. A fines de los cincuenta, mal visto en la opinión pública norteamericana, Washington ejecutó un embargo de armas que terminó dándole la victoria a Fidel Castro, quien inicialmente tuvo respaldo entre la opinión pública, incluso el New York Times publicó una serie reportajes que lo hicieron muy popular, allanándole el camino al poder.
En la izquierda se predica toda una leyenda negra sobre el intervencionismo norteamericano en el área, relación que cita episodios incuestionables. Pero la falla de ese enfoque es su sesgo determinista. No todo ha sido malo. En términos absolutos, gran parte de la democratización del área también ha ido de la franca mano de Washington.
En la misma República Dominicana, por ejemplo, la presencia de barcos norteamericanos desinfló las aspiraciones de la familia Trujillo (su hijo y hermanos) para quedarse con el poder tras la liquidación de aquel. Treinta años después, el anciano Joaquín Balaguer parecía eternizado en palacio y la diplomacia regional, con Estados Unidos a la cabeza, forzó el adelanto en dos años de elecciones presidenciales, para las cuales él no pudo postularse (aunque luego lo haría una y otra vez, hasta fallecer casi centenario).
En la misma Venezuela, Hugo Chávez pregonó que su breve caída en abril de 2002, fue orquestada por Washington. Pero a Pedro Carmona Estanga, el gobierno de George Bush II le revocó la visa, con lo cual se desestimuló cualquier otro intento de alzamiento militar en dos décadas.
Ahora que el Gobierno de Donald Trump ha establecido tan severas sanciones económicas contra el régimen de Caracas queda claro que la prolongación por tantos años de Chávez y Maduro fue posible en parte porque Estados Unidos se abstenía de confrontarlos totalmente. Los adversaba en público pero en la práctica, les mantuvo intactas todas las facilidades financieras, de la operatividad petrolera, del negociado de bonos para el endeudamiento externo. De hecho, la mayor probabilidad de que caiga Maduro estriba en que finalmente esa oxigenación se cerró.