(02 de junio del 2020. El Venezolano).- Recordando el pasado 24 de junio, a casi dos siglos de nuestra independencia, concluí que seguimos sin ser libres, ahora mucho menos con la intervención de China, Rusia, Cuba e Irán; y peor aún, no hemos logrado ser libres de nosotros mismos; de nuestros históricos errores, que parecen eternos y que no hemos logrado enterrar por la falta de continuidad y desunión.
En un breve histórico de los presidentes que han gobernado el país en los últimos 120 años, reconozco que Juan Vicente Gómez, el hombre de La Mulera, pacificó a un país que llevaba 100 años de guerras internas y que, en 1914, tras el descubrimiento del pozo petrolero de Mene Grande, comenzó la transformación de Venezuela, que pasó de ser un estado rural a los inicios de un país petrolero. En esos años de Gómez, se promulgó la Ley de Hidrocarburos y la primera Ley del Trabajo, además se impulsó la construcción de carreteras para comunicar al país por vía terrestre. Sin embargo, aparecería una generación de estudiantes que se manifestó en contra del absolutismo del Benemérito y de la cual surgieron líderes que se opondrían a las torturas y controles dictatoriales del Benemérito y que en los años futuros se encargarían de conducir los destinos de la nación, la famosa generación del 28.
Después de unos años de transición, marcados por las presidencias de los generales López Contreras y Medina Angarita, los líderes de esa generación del 28 intentaban y presionaban para implantar un sistema democrático y que fueran los civiles los que dirigieran los destinos del país. En la primera oportunidad, con la llegada de Rómulo Gallegos al poder, no se logró y caímos nuevamente en la trampa militar, esta vez en manos del general Marcos Pérez Jiménez.
Este nuevo dictador le cambiaría la imagen al país, lo modernizaría, promocionando “el nuevo ideal nacional”, que era un sistema orientado hacia a un nacionalismo de derecha, que trajo una era de progreso y desarrollo estructural, mientras que el pueblo venezolano sufría calamidades, torturas y atropellos civiles de parte de los sicarios de la seguridad nacional y por órdenes de Pérez Jiménez. Serían unos diez años complicados, agridulces, hasta que la famosa vaca sagrada, apodo que le dieron al avión presidencial, surcara los cielos caraqueños para dar fin a una década que se destacó por la construcción de grandes obras públicas, por tener una moneda fuerte, pero a cambio de grandes pérdidas en los derechos civiles y humanos.
Comenzando la década de los sesenta, llegaría la tan esperada oportunidad de los civiles y la alternabilidad de los partidos con el recién firmado pacto de punto fijo. De esta manera se iniciaba la era democrática, que tuvo como primer presidente a un líder fuerte y carismático como lo fue Rómulo Betancourt, que para sorpresa de todos y a pesar de ser un hombre considerado de izquierda, inmediatamente cambió, al entender que el otro gran peligro para la democracia, aparte de los militares, eran los comunistas. Por eso se dedicó a combatirlos sin titubeos y con mucha determinación para poder mantener como fuese posible los avances civiles, políticos y sociales de la nueva era. Sin duda que Rómulo Betancourt fue un gran político, que entendería como muy pocos, que garantizar la alternabilidad era fundamental y que lo peor para el país sería castrar a las generaciones siguientes; por eso Betancourt les daría la oportunidad a otros líderes políticos sin volver a ejercer otra vez la presidencia.
Después de Betancourt llegó el gobierno de Raúl Leoni, considerado un período de concordia y entendimiento nacional, donde el partido social cristiano Copei pasó a ser el gran partido de oposición, mientras que el partido comunista dejó la clandestinidad para constituirse en un partido político. Al finalizar el período de Leoni, ya la democracia venezolana comenzaba a ser ejemplo en el mundo, al ser admirada y considerada de las más estables del continente.
En 1969 hay un cambio ideológico en el poder con el primer gobierno de Rafael Caldera, un social cristiano, conservador, a quien se le reconoce la pacificación de los guerrilleros y por haber tenido un período donde no hubo sonido de sables, ni acuartelamientos. Sin embargo, a pesar de que seguían los avances estructurales en el país, hizo cambios en toda la administración pública con gente del partido o de confianza y producto de lo cerrado de su gobierno, nace una frase que marcaría socialmente la personalidad del venezolano: “es que los adecos roban y dejan robar”. Esta fue una estocada triste, que hasta el día de hoy tiene repercusión profunda en nuestra sociedad, donde la sola comparación lograba que la corrupción formara parte de la identidad del país.
Este primer gobierno social cristiano, no tuvo continuidad y la gente votó por Carlos Andrés Pérez, querido y admirado candidato de AD, quien al llegar al poder realizó la nacionalización petrolera y comenzó la era de la Venezuela Saudita. De repente el país comenzó a percibir por sus ventas de petróleo enormes cantidades de dinero, que produjeron mucho porvenir, con grandes beneficios nacionales, como las famosas becas Gran Mariscal de Ayacucho, pero también fueron unos años donde se abandonó el campo, creció la deuda externa e interna, los casos de corrupción aumentaron y luego la mala planificación de los recursos y la pobre gerencia administrativa nos pasaría la factura. Sería la época de la famosa frase “está barato dame dos”, que causo cierta prepotencia venezolana en el mundo y donde también comenzó a notarse como los partidos políticos habían perforado todas las instituciones públicas y la independencia de los poderes. Este aspecto se inició en la era de Betancourt, como una estrategia de fuerza para mantenerse en el poder ante la amenaza constante de los militares, por lo que decidió colocar a partidarios de AD en todas las instituciones públicas, incluyendo la militar. Lamentablemente, al alternar el poder con Copei, que haría exactamente lo mismo, no se le dio continuidad a la administración pública, se inició el fin de la independencia de las instituciones y de la meritocracia, y se incentivó la partidocracia, algo fatal para el sistema democrático.
No podemos olvidar que con el mandato de CAP comenzó también el poder de las barraganas, con el protagonismo que él le dio a Cecilia Matos y que sin duda marcaría socialmente el comportamiento de todo un país.
Llegaría entonces Luis Herrera Campíns que rescató los valores familiares en el poder y como gobernante le dio continuidad al plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho, creó el ministerio para la inteligencia y le dio un gran impulso a la cultura nacional. Sin embargo, sería mucho más recordado por el famoso Viernes Negro y la inevitable devaluación del bolívar, perjudicando gravemente a la economía del país y ocasionando incrementos en la deuda externa e interna de la república. Los casos de corrupción fueron más frecuentes, con montos muchos más altos, pero lo más grave era que los ladrones escapaban sin castigo y mandaban un mensaje directo a una población que sufría con los constantes aumentos de la canasta básica debido a la inflación.
La llegada del presidente Jaime Lusinchi, ya no traería tantas cosas positivas para Venezuela, ya que merma el programa de becas, se elimina el ministerio de la inteligencia, congeló el aumento del pasaje urbano, comenzó el desabastecimiento y la escasez, la corrupción aumenta con el mal manejo de Recadi (sistema cambiario) y se impone la falta de justicia. Lusinchi es un presidente recordado por el poder que ejercía Blanca Ibáñez, su mujer fuera del matrimonio, por las frases de la Dra. Ibañez: “tengo mis gastos cubridos” y “si yo fuera barragana estaría orgullosa”. Lamentablemente la imagen que creo a su alrededor el presidente Lusinchi, además con sus buenos whiskeys, marcaria de manera negativa a toda una sociedad, que ya se estaba acostumbrando a que las amantes eran las que mandaban y que los corrupto se iban al exterior o caminaban tranquilos por el país.
Para el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, consciente de los errores cometidos en su primer quinquenio, llegó con el mejor plan económico para Venezuela, sin duda se rodeó de los mejores y hubiese sido algo muy positivo para el país, pero lamentablemente, para todos, ya era muy tarde. Además, Carlos Andrés Pérez, independientemente de lo que pasaría internamente en su partido AD por su apoyo a las elecciones de alcaldes y gobernadores, cometió errores como la llamada “coronación de Pérez”, algo sin sentido para un país en crisis y basar el éxito de su plan económico en su gran personalidad y no explicarlo lo suficientemente bien a la gente. Por lo tanto, al decretar el aumento de la gasolina en treinta céntimos y el pasaje, la izquierda radical lo estaba esperando, como se dice en la bajadita, para crear caos, motivar a la gente humilde a salir a protestar, dando lugar al Caracazo, una protesta popular que ocasionó saqueos y donde murieron 276 venezolanos.
Sin duda que los grandes errores de la era democrática, dieron pie a una etapa oscura para el país, que comenzó el 04 de febrero del 1992; un día triste para la hasta ahora sólida democracia venezolana, que llevó a Rafael Caldera, luego de la destitución de Carlos Andrés Pérez y la transición de Ramón J Velázquez (el de la mano peluda que liberó a un narcotraficante), a un segundo gobierno que terminó de sepultar a toda una generación de políticos jóvenes, frescos y seguramente venían con nuevas propuestas.
Es así como Rafael Caldera, en una decisión completamente desproporcionada y maléfica, indulta a Hugo Chávez, con todos sus derechos civiles y políticos activos y le abrió el paso a un militar golpista, populista, corrupto y resentido para que llegara al poder; un hombre lleno de muchos odios y complejos que llevó a Venezuela, a pesar de tener los precios del barril de petróleo a más de cien dólares (lo más altos de la historia), a la destrucción total.
Luego de este breve histórico me pregunto: ¿Hemos realmente aprendido la lección?
Luego de perder la gran oportunidad del 2002-2003, de las grandes protestas del 2014 y 2017, con miles de mártires asesinados por el chavismo-madurismo, cientos de presos políticos encarcelados, con un pueblo hambriento que se siente traicionado por sus líderes y enfrentando grandes dificultados, pareciera que no la hemos aprendido.
La gente al observar el comportamiento del G4, conformado por los cuatro partidos más importantes del país, que han dejado de usar la palabra unidad y que están muy pendientes en crear fondos especiales, solicitar préstamos a bancos y negociar los bonos del país a dedo, se siente defraudada una vez más. En ese sentido el pueblo prefiere tratar de solucionar su día a día, sus problemas básicos, que son muchos y muy graves, que volver a escuchar promesas.
En esta nueva etapa, del tan esperado cese de la usurpación, con Juan Guaidó como presidente interino, se entiende es muy importante cortarle todos los fondos y cuentas que están en el exterior a la narco-dictadura, pero me preocupan cosas básicas para alcanzar el éxito, como por ejemplo: que Juan Guaidó no tenga autonomía en las decisiones, chantajeado por el apoyo político del G4 y de su jefe de partido Leopoldo López; que se haga la vista gorda si hay actos de corrupción dentro de sus filas, ya que es mucho el dinero y oro en el horizonte, y que torpedee el apoyo internacional de 60 países encabezados por los Estados Unidos, al no seguir, por antojos de politiqueros, el guión que se acordó en su última gira internacional. Por el bien de Venezuela necesitamos un líder que no se crea un enviado especial y que le sirva a un país sufrido, por esté por encima de las presiones políticas y especialmente de los jefes de los partidos; que nos demuestre que después de 120 años del fin de las guerras internas hemos aprendido la lección. ¿Será posible que los líderes políticos dejen el protagonismo a un lado y piensen en Venezuela? ¿Será posible que los partidos detengan sus intereses y piensen primero en el país? ¿Será posible unirnos todos con este fin? ¿Será posible?