(18 de julio del 2025. El Venezolano).- En Venezuela no hay una guerra como las que padecen en el Medio Oriente ni tampoco los efectos de una catástrofe natural, pero desde el año 2012, 9,1 millones de venezolanos decidieron abandonar el país; el 26% de la población. Estos venezolanos se han asentado en 90 países, 500 ciudades y 1500 municipios. La mayoría son jóvenes emprendedores con nivel profesional y han escogido como destino países occidentales en donde aún funcionan las democracias y sus instituciones.
Nota completa de COOLT
A pesar de la crisis que vive el mundo actual, este contingente de migrantes ha ido en búsqueda de un futuro mejor y gran parte de ellos ha optado por buscar su integración sin olvidar su origen y con la esperanza futura de que las razones que los llevaron a buscar un nuevo destino cambien, no solo para ellos, sino para los seres queridos que dejaron en Venezuela.
Recientemente fue presentado en España, en Francia y en Estados Unidos el libro ¿Qué hacemos con la diáspora?, una investigación realizada por el sociólogo Tomás Páez y su equipo tras años de indagación y actividad a favor de los venezolanos por el mundo. En su obra recientemente publicada ofrece una visión sobre los valores y recursos para el desarrollo y la integración que pueden resultar de estas oleadas de migrantes.
Más allá de las noticias negativas asociadas a hechos de violencia o a la estigmatización de grupos delictivos que cruzan fronteras, y más allá de la xenofobia o del enfoque que reduce la migración a un problema transfronterizo, la investigación liderada por el sociólogo Tomás Páez —director del Observatorio Venezolano de la Diáspora— sostiene que la migración no solo es una fuerza positiva para los países receptores, sino también un activo esencial para Venezuela. En un país profundamente deteriorado bajo un régimen no reconocido, esos millones de personas que representan casi una tercera parte de la población nacional pueden jugar un papel crucial en su reconstrucción.
Como señala Páez, no es solo el aporte que significan los venezolanos que se han asentado en 90 países sino sus vínculos y roles que pueden jugar en la reconstrucción de Venezuela alimentada por el conocimiento multiplicado en su experiencia migratoria.
Para Páez, se trata de un nuevo mapa que está construyendo la sociedad venezolana. Las fronteras venezolanas se han ensanchado y han construido una nueva geografía en las cuales han venido trabajando en distintos segmentos que van desde lo cultural, económico, derechos políticos e identidad; al voto, a ser elegido y a los derechos humanos. Han ido construyendo una “diplomacia pública” que va a seguir existiendo y será fundamental en un eventual cambio en Venezuela.
Desde España, país que el investigador Páez escogió hace algunos años como destino, atendió a COOLT para explicar cómo se organizan esos millones de venezolanos que andan por el mundo. En su investigación, destaca el trabajo que llevan aproximadamente 1.300 organizaciones, dentro y fuera de Venezuela, como fundamental en el conocimiento y activación de esos migrantes.

Son organizaciones civiles de gran trayectoria que han trabajado y se han organizado en diversidad de áreas, centros de investigación, universidades e instituciones civiles capaces de articular proyectos con los que nos hemos vinculado. Estamos trabajando. Las que operan desde Venezuela se han coordinado con las de afuera, por las limitaciones legales y persecución que se les han aplicado a las ONG y les impiden actuar con libertad.
En su libro ¿Qué hacemos con la diáspora? destaca, entre las causas para migrar, que la motivación más grande del venezolano para optar por esa difícil decisión es el asedio a la libertad, pluralidad y democracia.
Venezuela se convirtió en el emisor del mayor flujo migratorio del mundo occidental sin que mediase una confrontación bélica o un desastre natural de extraordinarias dimensiones. La migración global huye de dictaduras, de regímenes totalitarios, de crisis económicas y humanitarias y persecuciones políticas, ideológicas o religiosas. Migra hacia países en los que prevalece un clima democrático, libertades y resguardo de derechos humanos.
En nuestro último estudio preguntamos las razones por las que se fueron de Venezuela, cómo se integran, cómo se sienten, cuál ha sido el proceso. Su respuestas fueron las razones económicas y la seguridad jurídica y personal, que tienen mucho peso. Al preguntarles si están dispuestos a regresar dicen que lo pensarían si las cosas cambian en el país. En la pregunta: “¿Qué cosas pedirías?” respondieron que les garanticen el derecho a la vida. Que yo llegue al aeropuerto y no me quiten el pasaporte, a no ser perseguido, tener derecho a la defensa y a la identidad.
En la actualidad, un profesor universitario titular -la máxima categoría- está ganando 20 dólares al mes y los pensionados ganan menos de dos dólares. A ello se suman la crisis en los servicios públicos y que en la educación pública se imparten clases dos días a la semana y tres libres para que los docentes puedan complementar su salario en otras actividades. Todas estas cosas confluyen en la decisión de quienes se van del país.
Esta migración tiene una gran diferencia con otras, como con los países en guerra. Ucrania, por ejemplo, registra una migración de 10 millones de personas aproximadamente. Venezuela superó ya la cifra de nueve millones, con oleadas desde hace 15 años. ¿Eso nos da una característica distinta, una migración abrupta como en el caso de una guerra?
Hay países en guerra que no han tenido una caída del producto interno bruto (PIB) tan brutal como ha ocurrido en Venezuela. La contracción económica que ha sufrido el país, del 80% del PIB, no ha ocurrido ni siquiera en condiciones de guerra. Pero es como si la hubiese habido; por la destrucción de los parques industriales y empresas, del tejido productivo del país.
En el campo de la seguridad, el número de personas asesinadas, perseguidas, convertidas en rehenes -por parte de las bandas delictivas, y también por las estructuras de poder, de la policía misma-, así como nuestras cifras de muertes violentas, se aproximan a los en países en guerra. [En 2016, uno de los años más violentos, se registró una tasa de 91,8 muertes violentas por cada cien mil habitantes y un total de 28.479 fallecidos en todo el territorio nacional, según cifras del Observatorio Venezolano de la Violencia]. No hay guerra, pero tenemos un número de fallecidos por encima de los que han sufrido confrontaciones bélicas.

Ha habido oleadas de migraciones desde que se instaló el gobierno de Hugo Chávez y se profundizaron a partir de 2012. De cierta manera, el venezolano se preparó para migrar, escoger el país de destino, a diferencia de una guerra que la decisión es abrupta. Quizás la última oleada de gente que se fue por el Darién, en la frontera panameña, para migrar hacia el norte, es la más parecida al que huye de una guerra.
Venezuela fue un país de inmigrantes desde las primeras décadas del siglo XX, cuando llegaban al Puerto de La Guaira y otras zonas costeñas barcos llenos de indocumentados, especialmente de Europa. Con ellos se modeló la composición social y demográfica de la actual ciudadanía. Los migrantes acogidos en Venezuela cultivaron relaciones con familiares y amigos de su localidad de origen, intercambiaron ideas, realizaron inversiones y entablaron nexos y alianzas. Cada venezolano tuvo arriba un chino, abajo un portugués, en frente a un italiano, en la casa de al lado a un español. Para nosotros no es extraño relacionarnos con otras culturas.
Cuando comenzamos este estudio en 2013, la migración era de 1,2 millones de personas. En 2014 llegó a 1,6 millones. Nunca nos imaginamos que llegaríamos a la cifra actual de 9.100.000 personas. Y eso sigue creciendo por los datos que estamos manejando mensualmente por país. El éxodo comenzó a ser distinto a partir del año 2016. Aquel trabajador especializado que devengaba un salario equivalente a 1.500 dólares podía comprar un pasaje de avión. A partir de 2013 comienza un declive abrupto en el que un profesor universitario o un gerente de empresa con su salario ya no lo podía comprar. La crisis económica los obligó a migrar a pie, en autobús o en pequeñas embarcaciones.
En su libro ¿Qué hacemos con la diáspora? y en conferencias ha resaltado el aporte de los migrantes venezolanos en el crecimiento del PIB en algunos países. ¿Podría explicar cómo se están dando esas importantes contribuciones del migrante venezolano?
La formación no es solamente haber alcanzado un nivel universitario o de posgrado. Se trata, por ejemplo, de un trabajador de Petróleos de Venezuela (PDVSA) con 15 o 20 años de experiencia en esa empresa que fue una referencia en el mundo; eso equivale a tres doctorados. Para esos países es sumamente valioso tener a personas con conocimientos, gerentes, empresarios o especialistas en áreas como la salud, ingeniería o técnicos. Son personas que aportan mucho. Ese es el punto de partida de la estrategia. La diáspora es irremediablemente positiva. Nuestra nación se hizo grande con sus inmigrantes y ellos a su vez con Venezuela. En estos procesos se benefician el migrante, el país o localidad que los acoge y su país de origen. ‘La movilidad, como decía Andrew Carnegie, es un río’ de oro que llega todos los años a nuestro país y ese es el punto de partida de la estrategia. No solo hay nuevas lenguas, conocimientos, redes y capital relacional sino también oportunidades de alianzas universitarias, empresariales y expansión de mercados, alrededor del mundo.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha creado una Unidad Regional de Datos sobre Migración. En sus investigaciones registran que el 3,6% de la población que conforma la diáspora en el mundo, equivalentes a 300 millones de ciudadanos, representan 10% del Producto Global Bruto; lo cual ya indica la importancia del efecto.
A diferencia del enfoque positivo que ustedes han promovido para esta investigación existen tendencias en algunos países, como el caso de Estados Unidos, en donde la política hacia los migrantes no es exactamente de bienvenida o de integración y apertura sino de todo lo contrario ¿Cómo manejar los casos donde se exalta la xenofobia e incluso se imponen limitaciones a migrantes y en especial ahora a los venezolanos?
El primer xenófobo es el gobierno venezolano. Para el régimen en Venezuela no existe la diáspora, no hay estadísticas. Son las ONG como la nuestra, la OIM y las organizaciones que hemos mencionado que se ocupan de estudiar esa realidad y trabajar a favor de ellas. La ONU creó en 2018 el proyecto (R4V) Refugiados de Venezuela que produce información y busca recursos para apoyar a venezolanos, albergues y centros de apoyo que los requieran para atenderlos.
En cuanto a la situación actual en Estados Unidos, no se trata del país, es el gobierno actual. La administración de Joe Biden aplicó el Estatus de Protección Temporal (TPS) a los venezolanos para beneficiarlos con un permiso de estancia que les permitía solicitar asilo y justificar fórmulas para poder estabilizarse en Estados Unidos. Sin embargo, hay nubes negras como políticas de hostilidad que desafortunadamente surgen en algunos países. Sus argumentos son poco innovadores; son los mismos que se utilizaron en contra de los chinos hace dos siglos, irlandeses hace siglo y medio o de los italianos a quienes etiquetaron como mafiosos. Son las mismas descalificaciones del pasado: generadores de desempleo, identidad, delincuencia, etc. Lo único que cambia es el país. Hoy son los venezolanos. Antes fueron los argentinos o chilenos. Hay movimientos antiinmigración en casi todos los países del mundo.
Europa en la actualidad tiene una tasa de crecimiento negativa y necesitará migrantes. España requiere entre 250.000 y 300.000 migrantes por año. Alemania sacó una convocatoria pública para ejercer en distintas actividades. Recuerdo un reportaje del Washington Post, hace dos años, en el que señalaba que si EEUU quería seguir creciendo iba a demandar migrantes para construcción, servicios, agricultura, etc.
La relación entre migración y desarrollo ha sido ampliamente documentada. Toda migración es joven, en edades productivas y reproductivas y eso determina las políticas de integración.
¿Cómo ha sido la relación de los países latinoamericanos con la diáspora venezolana?
En Colombia ha habido una política que permite que los venezolanos ingresen sin pasaporte. Ha hecho una política de Estado con tres gobiernos distintos: Juan Manuel Santos, Iván Duque y Gustavo Petro, que las ha mantenido y no ha habido retrocesos. Allí están casi tres millones de venezolanos con una movilidad hacia el Norte y Sur de América. Hay casos como el de la ex alcaldesa de Bogotá, Claudia López, que, cuando el COVID-19, se dio cuenta de que los médicos venezolanos podían ser clave para atender el problema.
En Ecuador, El proceso de Quito, del Grupo Lima para atender el tema migratorio -primero con el presidente Guillermo Lasso y luego con Daniel Noboa-, ha intentado regularizar la situación, seguir los pasos que Colombia hizo con el Programa de Permiso para el Trabajo. Brasil, con su programa Operación Acogida, facilita documentos de identidad desde que se ingresa a ese país. Allí están los albergues, de los más amplios de Latinoamérica; les buscan fórmulas para trabajar en importantes ciudades como Sao Paulo, donde hay varios miles de migrantes, en más de 100 municipios distribuidos en ese programa que se llama “interiorización”.
En Argentina la migración se integró fácilmente. Argentina ha sido un país de migrantes que ha recibido gente de todo el mundo y fue referente para la política migratoria en Venezuela. Uruguay sigue recibiendo migrantes venezolanos, así como Guyana. Yo me quito el sombrero por lo que ha hecho Latinoamérica con la diáspora venezolana.
De allí que el enfoque que hemos presentado en nuestros estudios se desmarca de ruptura, creencias y prejuicios muy arraigados en esferas políticas, académicas y en comunidades -tanto de origen como de destino-, muy expresadas en las actuales redes de la comunicación.