(07 de julio del 2025. El Venezolano).- En esta hora histórica y dolorosa que atraviesa Venezuela, cuando millones de ciudadanos dentro y fuera del país sostienen con esfuerzo, sacrificio y esperanza una lucha por recuperar la democracia y la libertad, es necesario abrir un espacio de reflexión profunda sobre el camino que estamos construyendo. La historia, tantas veces manipulada o convertida en bandera interesada, nos enseña que las luchas verdaderas por la libertad no se ganan desde la idolatría, ni desde la copia servil de modelos ajenos, mucho menos desde el culto a personalidades que nada tienen que ver con nuestra realidad.
Escrito por: Manuel Rodríguez / coordinador de La Plataforma Ayuda Venezuela
Hoy más que nunca, urge recordar que esta batalla es colectiva, diversa y profundamente venezolana. No se trata de levantar la voz en nombre de un individuo ni de dejarse arrastrar por los cantos de sirena de quienes, desde el extremismo o el oportunismo, se ofrecen como “salvadores” providenciales. Venezuela no necesita mesías: necesita ciudadanos comprometidos, valientes y críticos.
Es aquí donde debemos hacer una pausa. Porque cuando vemos a representantes políticos venezolanos defender abiertamente a figuras como Pedro Varela —un confeso negacionista del Holocausto y promotor del discurso nazi en España— debemos preguntarnos con seriedad: ¿a quién le estamos sirviendo con ese tipo de alianzas? ¿De qué lado de la historia queremos estar? ¿Cómo puede ese discurso aportar algo a la reconstrucción democrática de nuestra nación?
La respuesta es clara: no ayuda en nada. Al contrario, ensucian nuestra causa en contradicciones morales y éticas que la manchan y debilitan. Y el daño no se queda ahí. Cuando grupos que se autodenominan “libertarios” aplauden o se reúnen con movimientos inspirados en la Falange española —el brazo político del franquismo y del autoritarismo fascista— no solo se alejan del ideal democrático: traicionan los principios mismos de libertad y pluralismo que dicen defender.
En nuestra desesperación por liberarnos del yugo chavista-madurista, corremos el riesgo de correr hacia el otro extremo del abismo, sin mirar bien dónde estamos pisando. Defender, justificar o incluso emular a partidos de ultraderecha europeos que niegan apoyo a los legítimos representantes democráticos venezolanos, que abogan por el levantamiento de sanciones a dictaduras como la cubana o la rusa, no es solo un error estratégico: es un error moral.
La lucha venezolana no puede permitirse contradicciones de este tipo. No podemos construir una alternativa democrática mientras imitamos los peores vicios del autoritarismo, solo con distinto color o bandera. No podemos reclamar libertad mientras nos aliamos con quienes la niegan en sus propios países. No podemos denunciar la persecución política en Venezuela mientras nos callamos ante regímenes que hacen exactamente lo mismo en otros rincones del mundo.
Ser demócrata implica coherencia. Implica tener la madurez de levantar una causa desde nuestros propios valores, desde nuestras propias heridas, desde nuestras propias raíces. No somos europeos ni norteamericanos ni asiáticos: somos venezolanos. Tenemos nuestra historia, nuestra cultura, nuestra idiosincrasia. Y eso nos obliga a pensar con cabeza propia, sin copiar ni calcar modelos fracasados.
La oposición venezolana debe aprender a ser más que resistencia: debe ser propuesta. Y para ello debe desterrar el personalismo, el mesianismo, la tentación del ídolo fácil y el camino corto. Debe abrirse a la pluralidad real, a la discusión honesta, al respeto profundo por el otro. Solo así construiremos un movimiento verdaderamente democrático: uno que incluya, que sume, que se parezca a la Venezuela posible, no a la Venezuela del pasado ni a las pesadillas del extranjero.
No se trata de cambiar un modelo autoritario por otro. No se trata de sustituir a Maduro por un caudillo de derecha. Se trata de refundar una nación. Y esa refundación solo puede nacer de una conciencia colectiva, ciudadana, inclusiva y profundamente democrática.
Los venezolanos somos un pueblo generoso, cálido, trabajador. Somos una sociedad que, aún con heridas abiertas, sigue creyendo en la justicia, en la libertad y en la posibilidad de una patria mejor. No dejemos que la rabia nos arrastre a los extremos. No permitamos que la desesperación nos haga confundir verdugos con aliados. No cambiemos una camisa roja por otra negra.
El camino no será fácil, pero debe ser nuestro. Con memoria, con dignidad, con firmeza y con unidad. Sin mesías. Sin símbolos vacíos. Solo con el pueblo venezolano, consciente y organizado, de pie.