(10 de febrero del 2025. El Venezolano).- Tengo la tentación de pensar que la irrupción de Trump en la escena planetaria, desde el minuto uno de su mandato, no tiene antecedentes en el recorrido de nuestro siglo XXI. En la última década, solo dos hechos, ambos protagonizados por criminales, concentraron la atención del mundo de forma tan extendida y concentrada: la invasión militar en febrero de 2022, ordenada por el criminal Vladimir Putin sobre el legítimo territorio de la nación ucraniana; y el siniestro ataque que unidades terroristas de Hamás lanzaron sobre personas y familias indefensas en Israel, el funesto 7 de octubre de 2023, masacre que detonó la guerra en Gaza.
Escrito por: Miguel H. Otero
Por supuesto: son hechos que no puedan compararse. Los dos mencionados son cruentos hechos militares, que han generado secuelas incalculables de muerte y destrucción. Pero al recordarlos aquí, sirven de referencia para expresar la considerable magnitud, la estrepitosa sonoridad, la sensación de escándalo continuado que las declaraciones de Trump y sus decisiones están produciendo.
Ahora mismo, no hay sobre la superficie terrestre, una maquinaria más estruendosa que la encabezada por Trump. Digo maquinaria porque no empieza y termina con él: dos de sus hombres fundamentales -al menos, muy visibles en esta primera etapa de gobierno-, Elon Musk y Marco Rubio, cada uno en su respectivo ámbito de acción, también contribuyen a producir la sensación de que el 20 de enero comenzó un terremoto que no se ha detenido en estos casi veinte días. La tierra sigue temblando y, tal como se anuncian las cosas hasta ahora, no hay indicios de que la producción de incertidumbre vaya a atenuarse o a cambiar.
Y no va a cambiar, fundamentalmente, porque en las decisiones de Trump -disruptivas, unilaterales, eficaces, abruptas, fulminantes- no solo hay una compleja visión sobre el papel reformulado que Estados Unidos debe tener en el mundo; no solo hay un método de gobernar: también hay, de forma abundante, una especie de erótica del ejercicio de la presidencia de Estados Unidos, ese deleite y regocijo que experimentan los hombres que alcanzan el poder, sobre todo cuando ese poder se ejerce desde el núcleo -la Casa Blanca- de un país de tanta irradiación en lo económico, lo militar, lo científico y lo cultural.
Trump debe estar, en estos primeros días de su mandato, bajo la sensación de que casi todo es posible, que todo cuanto separa una idea de su realización es la voluntad -es decir, firmar un decreto-. Y que, en su caso, hasta por razones providenciales, suerte de encargo divino, idear algo, firmar la orden y convertirla en hechos, son una misma cosa. El Trump que fabrica realidades ipso facto.
En solo 20 días, Trump ha avanzado en cuatro categorías de acciones. Una de ellas, son aprobaciones de largo aliento estratégico, como -por ejemplo- el programa de estímulos a la Inteligencia Artificial, por el cual Estados Unidos invertirá 500.000 millones de dólares en infraestructura, innovación, formación y proyectos de desarrollo. Los primeros resultados de esta decisión, que comenzaremos a conocer en un tiempo aproximado de 12 a 14 meses, serán simplemente abrumadores. Es probable que una de las marcas más profundas de la era Trump ocurra como expansión geométrica de los usos y aplicaciones de la IA (mientras tanto, la pregunta cada vez más urgente de ¿qué hará Europa frente a una perspectiva de corto y mediano plazo, cuyas posibles consecuencias sea una Comunidad Europea cada día menos competitiva y más sometida a los dictámenes económicos de Estados Unidos y China?, sigue ardiendo).
La segunda categoría es, a diferencia de la anterior, un continuado espectáculo. Funciona así: Trump emite una amenaza, que es recibida con incredulidad. Días después, afectando incluso intereses estadounidenses, firma una medida arancelaria (como hizo con México y Colombia). Se trata de ataques frontales a los acuerdos previos con esas naciones. Pero, hasta ahora, esas andanadas le han producido beneficios casi instantáneos: en horas, los gobiernos de Colombia y de México cedieron a las peticiones que le habían formulado, con las previsibles consecuencias mediáticas y políticas: regocijo para esa masa en crecimiento que es el ego de Trump; aplausos al unísono de sus incondicionales; perplejidad y miedo entre quienes observan lo ocurrido sin ser afectados en lo inmediato, pero que se preguntan cuándo les llegará el momento de entrar en el radar del presidente de Estados Unidos (otro paréntesis: conviene analizar y comparar las respuestas de los gobiernos respectivos: frente a un titubeante y errático Gustavo Petro, presidente de Colombia, Claudia Sheinbaum, presidenta de México, se ha presentado con una estrategia, astuta y apaciguadora a un mismo tiempo, de la que ha salido, aunque sea temporalmente, sin daño alguno a su dignidad política).
El tercer ámbito de decisiones se refiere al candente asunto del modo en que ha implantado sus anuncios en materia de política migratoria. No tengo duda alguna: podría convertirse en su talón de Aquiles. No me detendré en este asunto, primordial para América Latina y para Venezuela, porque su enrevesamiento y complejidad requiere de un comentario más extendido.
Por último, está el que, por ahora, es el Trump atizador, el que revuelve los ánimos, incluso en lugares como Groenlandia, que lleva décadas de paz y fluida convivencia con Dinamarca, o en lugares como la nación panameña, a propósito del control del canal de Panamá, ahora mismo sometido a severos problemas operativos como consecuencia de las largas sequías que están sufriendo las fuentes que lo proveen de agua para su funcionamiento. No es posible saber si el Trump que sopla y provoca tempestades, podría pasar a los hechos y desconocer acuerdos y soberanías, en ambos lugares, y llegar al uso de fuerzas militares para imponer su criterio.
Mientras tanto, en los países de América Latina bajo dictaduras, hay amplios sectores democráticos que tienen firmes expectativas, de que Trump será factor decisivo para que en Cuba, Venezuela y Nicaragua se desplacen los regímenes corruptos y violadores de los Derechos Humanos, y así dar paso a nuevas etapas políticas de libertades y ejercicio de la Democracia. Así, la pregunta que es prudente formular, es: ¿habrá un quinto Trump, un Trump liberador?