(25 de octubre del 2024. El Venezolano).- Como escribía nuestro amigo costarricense Mario Zaldívar en su obra “EL MITO DE LA SONORA MATANCERA”, Nelson logró unir al Caribe, a Colombia con La Habana, atando el porro con la guaracha y la cumbia con el bolero.
De acuerdo con el texto, “Nelson Pinedo inyectó a La Sonora Matancera un nuevo soplo de genialidad, basado en la producción de autores colombianos ya conocidos en el resto del continente. Él, es el principal divulgador de ese amplio folclor colombiano, que después de Cuba, es el país latinoamericano que ha aportado más ritmos originales a la cultura universal”.
Así es como Nelson Pinedo entra a La Habana, que por allá en la década del cincuenta era el centro mundial de la música y la cultura. Los grandes casinos y centros nocturnos no tenían nada que envidiar a ninguno otro en cualquier parte del mundo.
Grandes cantantes y artistas se congregaban en La Habana, como Nat King Cole, Frank Sinatra, entre otros, visitaban mucho la ciudad. En esos años, llegó la televisión a La Habana y era un emporio empresarial; grandes tiendas como el Encanto y Fin de Siglo brindaban entretenimiento de sus pobladores, hasta carrera de carros hubo.
La isla la habitaban negros, blancos, ricos y pobres, que junto a extranjeros convivían en ese lugar. Había un buen aeropuerto, Rancho Boyero, hoy, José Martí, funcionaba tan bien como cualquier otro lugar.
Urbanizaciones extraordinarias como El Vedado y Miramar, hoy expropiadas por la revolución, fueron insignes en los tiempos de la
bonanza.
La Habana, era Las Vegas del Caribe y se había convertido en el gran burdel de los americanos y en el centro de funcionamiento de la mafia auspiciada por Fulgencio Baptista.
Era una ciudad con gran movimiento comercial, centros culturales, comerciales y casinos, que la hacían una urbe de avanzada.
En La Habana, entra a derrochar físico nuestro galán Nelson Pinedo hasta 1959, cuando entran los barbudos a gobernar.
Los hermanos Maestre y Pumarejo fueron los pioneros de la televisión, propulsores de tantas grabaciones que quedaron como gran legado musical y cultural para la humanidad.
Nelson refería que se sentía como en Cartagena, por su similitud histórica colonial.
A la influencia de las negritudes con sus tambores y los aires españoles de sus cuerdas, se incorporó la cultura norteamericana.
El cubano es alegre, dicharachero y novelero. Admiran lo nuevo y son muy alegres, como todo caribeño. Así como el costeño, el cubano, se ríe hasta de la adversidad. El cubano es muy especial, refería Nelson, y su gran amigo fue Ángel Furias, alias “El Yayo”.
En esa época, refería Pinedo, la clase media cubana tenía una excelente educación, eran bilingües. Los cubanos lo importaban todo y su rubro económico, era la exportación de su zafra azucarera.
Nelson vivió en La Habana durante los cambios políticos que se estaban gestando en la isla, incluido el día que asesinaron al líder estudiantil José Antonio Echavarría en 1957 y la toma del cuartel Moncada por los fidelistas. Era una época muy peligrosa y difícil, aunque el ambiente artístico se mantenía.
Al igual que un gran número de colombianos de distintas generaciones, desarrolló desde temprano desde las guarachas de Daniel Santos, que sonaban a toda hora en los traganíqueles de la calle Caldas, una profunda y sincera relación de amor con La Sonora Matancera. Curiosamente, fue el “jefe” su ídolo, a quien reemplazó como
cantante invitado en la famosa agrupación.
El convertirse en artista famoso en esa Cuba, desbordante de grandes músicos y cantantes, y graduarse en La Habana como sonero, con la guía del piano de Lino Frías, con los cueros y las trompetas inmortales de la Sonora Matancera, me parece tan glorioso como para un actor entrar al elenco de la Comedia del Arte italiana.
A mi parecer, la relación de Nelson con la Sonora benefició a las dos partes; el cantante aprovechó la amplia difusión que tenía la música cubana, especialmente los discos de La Sonora Matancera en casi toda Latinoamérica, para alcanzar el estrellato. A su vez, Nelson aportó a la agrupación algo que la enriqueció; aroma de gordolobo con limón y calilla de la abuela, batido de alas de alcatraz y, ese duende callejero, orillero, rebolero, el sucundun del otro lado de las calles de Las Vacas, esa avenida fenicia de mi ciudad, que es la arteria primigenia del vacile y el goce currambero.
Por todos los acontecimientos que me comentó Nelson, y por otras razones, me hizo realmente feliz que el propio Nelson Pinedo, me hubiera elegido como su biógrafo al final de sus días, para dar a conocer lo que en verdad fue.
Cuando comencé a escribir, no podía obviar su declive. Su trayectoria había entrado en el previsible ocaso de las estrellas que, en el caso de los cantantes, es una especie de pensión apenas honorífica, y, para algunos, ni siquiera eso.
Andaba ya en los 88 años, pero había envejecido con gracia y dignidad. Siempre me pareció un hombre sencillo y franco, algo poco frecuente en las estrellas del espectáculo, y además era un gran conversador. Para Nelson, la conversación era un ejercicio de la imaginación, la memoria y el conocimiento.
El internet era su adicción y le escribía a todo el mundo. De todas sus respuestas, recuerdo especialmente una que me dio, cuando le
pregunté si se veía mejor como bolerista que como sonero.
“Mira, mi hermano, el ritmo como la pinta, es lo de menos. Para mí, una canción, ya se trate de un bolero, una guaracha o un pasodoble, que también los canté en Cuba, es como ese perro caprichoso al que tú crees que llevas de la cadena, pero en realidad es él, el que te arrastra, y te lleva hasta donde él quiera, o en el caso de una canción, hasta donde pueda llevarte el corazón cuando la cantas”.
Después de haber escudriñado todo ese legado que me dejó, me quedo con los buenos recuerdos de uno de los personajes, que más he reverenciado en toda mi vida y de unos diálogos a corazón abierto, que me ayudaron a entender mejor el mundo interior de Nelson, pero también dejaron otras zonas oscuras e inescrutables de su personalidad. Aunque no lo parecía, Nelson no era un personaje que se pudiera simplificar; estaba lleno de matices y contradicciones.
Nelson dejó mucho material escrito y en casetes de audios viejos. En gran parte, episodios de su vida que me contó y que aparecen en todas sus biografías y entrevistas en los medios.
Nelson tenía una faceta misteriosa y escurridiza; convirtió su hogar caraqueño en una fortaleza infranqueable. No dejaba acercarse a su entorno familiar; pero su enfermedad y muerte, me dio la oportunidad de conocer ese entorno.
¿Pero qué llevó a este cantante tan querido a este final tan desgraciado?
Al principio, yo no lo podía creer, Nelson, arruinado, viviendo en tan penosas condiciones, enfermo y sin un seguro médico a mano. Si te lo dicen de alguien que ha llevado una vida desordenada, entregado a las drogas o al alcohol, lo entiendes, pero Nelson era un hombre que socialmente se tomaba una que otra copa y su comportamiento profesional, siempre fue intachable. Entonces, ¿qué pasó con los millones que ganó cantando en los mejores escenarios de América?
Esos son los momentos, en los que piensas, que el mismo destino que te estuvo acariciando toda la vida, un día cualquiera, decide darte la espalda y dejarte solo en el callejón, donde ya pasas a ser blanco de las balas perdidas de la desgracia. Igual que ese boxeador invicto, al que tiran a la lona con un golpe inesperado y rápido, como el rayo en el último asalto, cuando iba ganando el combate.