(01 de marzo del 2023. El Venezolano).- Una de las figuras más importantes de América Latina fue Nelson Pinedo, quien nació en Colombia y murió en Venezuela, el país al que amó con locura.
El Dr. Ricardo Campanella amigo personal de Pinedo escribió un extraordinario relato que hoy compartimos con ustedes, con datos, vivencias y experiencias que forman parte del libro cuyo título es: “EL BAUL DE LOS RECUERDOS DE NELSON PINEDO» y que será publicado este año 2023.
Le invitamos a leer esta joya que combina la novela, el relato y la realidad de manera extraordinaria:
Escrito por: Ricardo Campanella
Cuando Nelson Pinedo viajó a la Habana en enero de 1953, no se imaginaba todo lo que le estaba esperando en la meca del son: “Un mundo soñado repleto de éxitos que lo convirtieron en uno de los ídolos del conjunto más popular de la Isla y en un representante internacional del folclor Colombiano, gracias a su gesta Cubana, empieza a ser conocida la música Colombiana, sobre todo las melodías de la costa y sus compositores, ya había incursionado internacionalmente Luis Carlos Meyer, (“El Negro Meyer”), quien estuvo en México y grabó allí varios porros, entre ellos, Micaela, de su autoría y Trópico con la orquesta de Rafael de Paz, Meyer murió en un geriátrico de Nueva York, a donde una mañana fue Nelson Pinedo a visitarlo, en un gran gesto solidario.
También pudiéramos citar, entre los primeros embajadores de la música Colombiana en el mundo a Carlos Julio Ramírez. Nelson, que lo conoció de cerca, me contó, en una de nuestras conversaciones en la clínica que Carlos Julio, era un asiduo visitante de los casinos caraqueños, derrochó todo su dinero en la mesa de juego.
Siguiendo lo que parece ser un sino trágico de muchos grandes artistas, Ramírez, después de una cirugía de cáncer de próstata que le practicaron en la Clínica Santiago de León de Caracas, viajó a Colombia, con el ánimo de quedarse a vivir en su país, pero, al poco tiempo decidió, que estaría mejor atendido en los Estados Unidos, donde murió en medio de la pobreza, en condiciones indignas de su gran trayectoria.
Nelson, fue su amigo personal, era tanta su admiración por él que su hijo Carlos Julio, lleva ese nombre en honor del gran barítono colombiano. En general, Carlos Julio Ramírez, siempre contó con el afecto y la solidaridad del gremio artístico, tanto en los buenos como en los malos momentos.
El 21 de Septiembre de 1978, le organizaron en Caracas, donde vivía, un gran homenaje, con motivo de sus cincuenta años de vida artística, al evento asistieron, entre otros personajes famosos, sus amigos Alfredo Sadel, Tito Cortés, Héctor Cabrera y Norberto Díaz Granados, un conocido presentador samario de la televisión Venezolana, Rodrigo Soto Restrepo, representante de la disquera Discomoda y amigo de todos los artistas, fue el organizador del homenaje.
Ni siquiera, al borde de la muerte, olvidó Nelson un triste episodio que tuvo lugar esa noche, en una de nuestras últimas conversaciones me contó que, entre los asistentes al homenaje se encontraba, de incógnito, Armando Manzanero, cuando lo reconocieron, lo invitaron a subir a la tarima, a hacer parte del lindo homenaje a un colega y tristemente se negó, entre la protesta del público presente.
Yo tenía que aprovechar la estadía de Nelson Pinedo en la clínica para obtener, de primera mano, aspectos desconocidos de su vida y carrera artística, aprovechando los pocos momentos que nos permitían el estado del paciente y las terapias a que era sometido, logré crear, con él ese extraño vínculo que se establece entre el médico deseoso de prolongar una vida y su paciente marcado por la muerte.
Aunque Nelson siempre fue celoso de su intimidad familiar, al verse ya en sus horas finales, pobre, desamparado y olvidado por sus amigos, viviendo los dolorosos instantes finales de una complicada vejez, me contó, en un tono melancólico, de confesión final, detalles poco conocidos o inéditos de su vida familiar y de su espectacular carrera artística: “Sus comienzos, su recorrido, sus triunfos y sus derrotas. Hechos y situaciones que nunca antes había revelado en sus entrevistas y que están aquí, en las páginas de este libro”.
Por primera vez en toda su vida, violó una de sus máximas sagradas: “Nunca muestres la otra cara de la moneda, porque despiertas el morbo de la gente y en especial de los periodistas». Era como una divisa, como un método de supervivencia en la jungla del espectáculo, la frase se la había musitado en el oído su madre, la Mona Fedullo mientras lo abrazaba, el día que le anunció que se iba para La Habana al encuentro con su futuro.
Ahora, en la triste etapa final de una vida deslumbrante, se encontraba atado a la cruda realidad de una muerte próxima, si bien, durante la mayor parte del tiempo que estuvo hospitalizado mostró la lucidez, a veces, incluso el desparpajo que siempre lo caracterizó, como cuando coqueteaba con las enfermeras o les cantaba en susurros: “Señora Bonita”, también entraba en preocupantes fases depresivas con llanto espontáneo, somnolencia y a veces alucinaciones auditivas y visuales.
«Quítame a ese tipo de ahí enfrente, coño», me dijo varias veces mientras charlábamos, así de repente, como si realmente estuviera viendo a alguien cuya presencia lo torturara. A cada momento repetía las mismas dos frases: «La mafia me jodió», «Tengo una gran deuda con Venezuela y algún día se la pagaré».
Como a la semana de estar internado, una tarde, después de tomar una larga siesta y de devorar la barra de chocolate que una de las enfermeras le había llevado, lucía más vital que otros días y pensé que era un buen momento para seguir conversando con él, así que me senté al lado de su cama y, para entrar en confianza, le tomé la mano, como si quisiera medirle el pulso, de pronto, mirándome fijamente a los ojos y con la voz grave y muy baja, empezó a hablar: “Hermano, en agradecimiento a todo lo que ustedes, los Campanella, están haciendo por mí y por el resto de la familia Pinedo Blanco, quiero que recibas lo que queda de mi legado artístico, mi hijo Carlos Julio, está autorizado para hacerte entrega de todo lo que he atesorado, desde cuando empecé a cantar allá en Barranquilla, Yo fui un predestinado en este mundo y ahora tú también lo eres , porque esta entrega te obliga a difundir mi humilde legado. Hermano, dejo en tus manos lo único que aún poseo, para que saques buen provecho de él, te dejo el diario de mi vida, mis archivos, las entrevistas que di, videos, libros, recortes de prensa, todo lo que coleccioné a lo largo de mi vida, quiero que lo compartas allá donde vayas, busca un escritor que haga una buena obra de mi existencia, y que, junto contigo, reúna y ordene todos estos datos y cuente quién fue realmente Nelson Pinedo.
Hablaba sin parar, con una angustiosa impaciencia, recalcando algunas palabras, como si estuviera dictando su testamento, a alguien que escribe demasiado despacio, yo lo dejé hablar sin interrumpirlo ni una sola vez.
-Te confieso, querido Ricardo, que, en mis días de gloria, siempre quise dejar registradas en un libro mis andanzas por la vida, por eso, entre mis cosas, encontrarás mi diario, tuve también el secreto deseo de crear una Fundación que ayudara a los artistas en momentos difíciles, como el que yo estoy pasando, hermano, pero cuando se dio esa posibilidad, ya los “Reales”, no alcanzaban para financiarla. Ricardo querido, no sé si de este golpe me levanto, pero te digo, que se me pasan tantas cosas por la mente, buscando la explicación de esta miseria humana que estoy viviendo y no la encuentro, hizo una pausa larga y lo vi sonreír por primera vez.
-Pero, fíjate, dentro de lo trágico de la situación, hay algo que al mismo tiempo me hace feliz, siempre les dije a mis hijos y a mi querida esposa Alba Marina, que Dios y mis amigos no nos dejarían pasar trabajo, que nunca nos abandonarían; y eso mismo es lo que está pasando, Ustedes nos han extendido esas manos solidarias.
Así fue siempre Nelson, abierto, conversador, con un toque de calidez y afectuosidad que cautivaba, nunca, ni al final de su vida perdió esa irreprochable forma de expresarse que tanto admiraba Rogelio Martínez, el director de la Sonora Matancera: “Coño, a este lo alimentaron con sopa de letras”, le dijo la vez que lo vio animando en vivo un programa de concurso en Radio Progreso de La Habana, llegó a mi clínica de Valencia, el Martes 11 de Octubre de 2016, lo trajo de Caracas, su hijo Carlos Julio. Acompañándolos, vino también su amigo Luis Francisco Mendoza, más conocido como Geño Mendoza, quien fue también su manager en los últimos veinte años. Un guajiro, nacido en Fonseca, que, por esas cosas del destino, llegó a hacer parte de la farándula neoyorquina, trabajó con Ralph Mercado y la Fania All Stars. Fue compadre y representante de Celia Cruz, El Maracucho Nelson Henríquez, grabó, con gran éxito, el tema “Festival Vallenato», de su autoría.
Nelson llegó a la clínica, en lamentables condiciones generales: Deshidratado, con barba de muchos días y aspecto descuidado, se encontraba en un abandono total, resultó conmovedor, ver al atractivo galán de otros días en un estado de casi indigencia, sucio, desorientado, con una lejana mirada nostálgica, quizás sin comprender, él mismo, lo que estaba pasando a su alrededor.
De entrada, el personal de enfermería que cumplía la rutina de ingreso, cometió un grave error: No sabían quién era el personaje y le rasuraron el bigote, detalle importantísimo de su imagen, un bigote fino y cuidado que impactó a la señora Marta de Garrote, la esposa de su Representante Cubano, cuando conoció a Nelson poco después de su llegada a la Habana.
Yo, me retiré un poco de la penosa escena y me fui a buscar a Carlos Julio y Geño Mendoza, los encontré en la cafetería de la clínica, estaban discutiendo y en cierta forma me tocó entrar a mediar entre ellos, El Guajiro, le reclamaba al hijo de Nelson, Por qué, había permitido que su padre llegara a ese estado: «No puede ser, coño, Carlos, que me estuvieras engañando, porque, cada vez que te preguntaba por tu padre, la respuesta siempre era, ahí, va bien». Un duro reproche del Guajiro que se quedó sin respuesta, entendí el silencio de Carlos Julio y las lágrimas que afloraron a sus ojos, era tanta su desilusión que prefirió callar, más que abatido, estaba entregado.
-Carlos Julio, ¿Cómo se pudo llegar a esta situación sin que nadie, aparte de ustedes, se diera cuenta? , tercié en la conversación cuando ya los ánimos se habían calmado.
-Ricardo, mi padre construyó un castillo de naipes, que terminó por derrumbarse, él toda la vida nos mantuvo aislados, así que no teníamos, no tenemos, a nadie. Nuestra familia, se reduce a nosotros cuatro y siempre hemos tenido muy pocos amigos, tal vez, nadie se enteró porque el orgullo de mi padre era tal, que no permitía que alguno de nosotros, hablara de lo que nos estaba pasando.
-Pero, ¿Y los contratos y el dinero de las últimas presentaciones y giras que cumplía, sobre todo en Colombia? , le pregunté a Geño, pero cuando este empezó a hablar lo interrumpió Carlos Julio: Mira, no me da vergüenza confesarte, que en los últimos años dependíamos de nuestro amigo Mendoza, aquí presente y del empresario Barranquillero Farid Char, había también un grupo de periodistas que durante años nos estuvieron prometiendo hasta pensión y casa en Barranquilla, promesas que nunca se concretaron: “Tengo entendido que él y Farid fueron muy amigos… -le dije, absolutamente cierto, Farid lo ayudó muchísimo, lo contrataba, le hacía regalos, aunque al final se fue perdiendo el contacto. Creo que faltó comunicación, ¿Y en Venezuela tampoco encontraste apoyo?.
-Recurrí, a muchas personas de aquí y de allá, a la prensa, a quienes lo conocían, pero nunca hubo respuesta, entonces, con la moral por el suelo, me encerré con mi familia, a sufrir la realidad que nos había deparado el destino, todo había terminado, las pocas cosas que poseíamos habían quedado en manos de agiotistas: carros, joyas, enseres del hogar, hasta que llegó el momento en que tocamos fondo.
-Por lo que cuentas, lo único que se salvó del naufragio es su legado, eso que ustedes me han entregado, sus documentos, sus archivos, eso que los gringos llaman la memorable del gran cantante que fue tu padre: “Tienes razón, en medio de las adversidades por las que pasamos, el viejo siempre se preocupó por mantener su legado personal y musical, muchas cosas se deterioraron en las bodegas donde las guardamos y otras porque estuvieron demasiado tiempo expuestas a la intemperie, pero los principales testimonios de su vida artística, se salvaron casi todos, y ahora están en tus manos.
-Ha debido ser muy duro para ti, enfrentar el drama familiar: “Le digo poniéndole una mano en el hombro.
-Te puedo jurar, Ricardo, que ya no tenía ganas de seguir viviendo y varias veces estuve al borde del suicidio, nunca pude aceptar que una persona como mi padre terminara de esta manera, siempre se lo advertí, pero él vivió todo el tiempo de fantasías y aparentando un bienestar que no teníamos.
Yo estaba desesperado, habíamos llegado a tal punto que ya empezamos a depender de las ayudas de vecinos de buen corazón.
Es triste todo esto que te estoy contando, pero no me da vergüenza confesártelo, esta es la verdadera otra cara de esa moneda, que él escondía para evitar el morbo, como le había aconsejado mi abuela.
Mendoza y yo lo escuchábamos en silencio.
Nos dimos cuenta de que deseaba desahogarse con nosotros.
-En el 2006, ya la cuesta abajo era más que evidente, nos mudamos a Petare, gracias a la ayuda de Farid Char y a unos dolaritos que se ganó en Barranquilla, aquello se convirtió en un círculo vicioso. Cuando mi papá ganaba algo ya los compromisos estaban por vencerse y quedábamos en las mismas. Imagínate, un tipo de 82 años tratando de sobrevivir cantando, Geño puede decirte lo escasos que se fueron haciendo los contratos.
-El traslado de la familia a Petare fue para mí una clara señal del estado de las finanzas de Nelson.
Su gran momento había quedado atrás –dijo Geño-, Como si no lo hubiera oído, Carlos Julio continuó su dramático relato: Petare es una de las barriadas más peligrosas de la capital venezolana y quizás de toda Latinoamérica, también es la más poblada. En las épocas de bonanza petrolera se establecieron allí una gran cantidad de desplazados de Colombia y muchos otros países, entraron a Venezuela sin ningún filtro migratorio.
Vivíamos en una zona muy peligrosa de Petare. Recuerdo que una vez tuvimos un atraso en el pago del arriendo y el dueño de la casa, que era al mismo tiempo vecino nuestro, empezó a vigilar cada uno de nuestros movimientos. Nos tenía amenazados. Nos gritaba improperios para amedrentarnos. Que nos iba a invadir la casa, nos decía. Sus ataques no eran solo de palabra. En varias ocasiones mandó a unos matones a que me hicieran daño. Fui víctima de dos intentos de atraco callejero. Imagínate que para eludir el peligro salía en la madrugada escondido y regresaba en la noche en un taxi de confianza. Aquello era una tortura diaria. Ante tanta amenaza, mi madre me aconsejó que me mudara así que tuve que hacerlo. Estuve tres años sin poder ver a mis viejitos.
– ¿Cuánto tiempo vivieron en Petare? –le pregunté
-Allá estuvimos desde el 2006 hasta el 2015, esa fue, quizá la última ayuda que recibimos de Farid Char. Pero, como les acabo de decir, yo tuve que huir prácticamente de Petare, dejando aquel cuadro familiar indefenso. Me fui a vivir donde un amigo que tenía un apartamento que él había invadido en Caracas. Las típicas invasiones estimuladas por el Chavismo. Me la pasaba entre la Guaira y Caracas trabajando en lo que saliera y solo por teléfono sabía de los viejos. Abandonado hasta de una novia que tenía y que un día me puso a escoger entre mi padre y ella, sufrí una fuerte depresión. Entré en pánico, me volví paranoico. Les confieso, en más de una ocasión pensé en suicidarme.
Tomé la decisión de no tocar más puertas ni solicitar más ayuda. Un día cualquiera me llamaron de una agencia de arrendamiento informándome que me habían aprobado la solicitud de arrendamiento de una pequeña vivienda en El Junquito. Otro amigo, hijo de italianos, que había conocido en la época de Chacao, me sirvió de fiador y al final su madre se encargó de pagarnos la cuota del canon de arrendamiento. Aquí siempre estuvimos al día, a pesar de que apenas vivíamos de la pensioncita que recibía mi mama del Seguro Social, algunos trabajitos de suplencia que hacia Rosalba en una de las escuelas del proceso Revolucionario. Las escasas entradas que me dejaba la oficina en line de Turismo que yo había montado por recomendación de un amigo del viejo, el famoso locutor y cantante José Pepe Delgado, el que en las transmisiones por Radio Caracas TV popularizó la frase «Papita, maní, tostón”, que repetía cada vez que un bateador se ponchaba, en esos históricos juegos entre el Magallanes y los Leones del Caracas. Mi trabajo era muy inestable porque sabes que con esta crisis nadie tiene dinero para comprar paquetes turísticos.
Me partía el alma cuando hablaba con el viejo, que me recriminaba y me culpaba de la situación por la que estábamos pasando, incluso hubo momentos en que me agredió físicamente. Pobrecito, yo lo comprendía, verse en ese estado después de tanta opulencia y de cosechar amigos por todas partes. “cono, por qué me has traído a esta pocilga, por favor, mijo, sácame de aquí». Era su impotencia, la mía, la de todos. Hasta cierto punto tenía razón porque yo me había convertido en el administrador, junto con mi madre, de las pocas cosas que quedaban y de los escasísimos ingresos que teníamos.
Personalmente pienso que hubo mala administración desde un principio, en el hogar de los Pinedo Blanco todos pensaban que la vida del artista era eterna y no se prepararon para la fase final de la carrera de Nelson, que siempre fue la principal fuente de ingresos. Nelson utilizó a su hijo como su ayudante personal y esto hasta cierto punto lo bloqueó en su desarrollo personal y profesional.
Ese mismo día, en un momento en que nos quedamos solos, Geño Mendoza me comentó que, en determinado momento, Nelson le pidió que le manejara el dinero directamente y le fuera entregando el suyo a cuentagotas, de acuerdo con sus necesidades, dando a entender que no estaba satisfecho con el manejo que le daba su hijo al poco dinero que entraba.
En el 2015 ya El Almirante era un hombre de 80 años y estaba enfermo. Como no le salían contratos para presentaciones en Venezuela, por necesidad se vio obligado a aceptar conciertos en el exterior, por ejemplo, su participación en la histórica velada en el hotel del Prado de Barranquilla, en donde actuó al lado de Joe Arroyo, con la orquesta de Pacho Galán.
En el 2010 fue a Cuba después de cincuenta años de haber abandonado la isla. En La Habana le organizan un homenaje con el respaldo de la orquesta La Lira Matancera. Esa noche compartió escenario con varias, estrellas, entre ellas, Omara Portuondo. El organizador del homenaje, que tuvo lugar en el emblemático Teatro América, fue Luis Mendoza, que además del acto musical quería lanzar un libro y un DVD con grabaciones del Almirante. Este viaje sirvió, entre otras cosas, para que Nelson y su hijo se conocieran. Su hijo adoptó el apellido Pinedo como su segundo nombre, de tal manera que él aparece en sus documentos personales como Nelson Pinedo García Oz. Aquí se repitió la historia de Nelson. Su hijo, al que abandonó durante su infancia fue adoptado por un señor de apellido Oz.
En 2011 vuelve a otro concierto en Barranquilla, Esta vez el espectáculo fue anunciado en los medios como una supuesta entrega de su legado musical a Juan Carlos Coronel, a quien Nelson siempre consideró su heredero. Fue una muy buena presentación en el salón Jumbo del Country Club.
Según Geño Mendoza, a Nelson no se le trató bien en esa ocasión. No se tuvo en cuenta su avanzada edad. Tenía 83 años y aunque su voz estaba intacta, físicamente ya mostraba falencias. Para colmo, el dinero que le pagaron por esa presentación, unos 3.000 dólares, ya los debía en arriendo y otros compromisos.
Pero lo más grave fue el concierto de Cartagena cuatro años más tarde. Fue a cumplirlo por las necesidades que la familia estaba pasando. Allá, para poder mantenerlo en pie le tuvieron que poner una enfermera personal. Además de los problemas físicos, mentalmente estaba algo confundido. Tenía 87 años y en ese momento ya la familia estaba viviendo en El Junquito. La noche del concierto, el pianista Hugo Molinares tuvo que improvisar un conversatorio en el escenario, ante las protestas del público que, conmovido por lo que estaba viendo, pedía que suspendieran el espectáculo.
Nelson fue a Cartagena en contra de la voluntad de sus hijos. Su estado físico era deplorable, pero él pidió a gritos que lo dejaran conseguir dinero “para salirnos de esta pocilga».
-Con sinceridad, para ti ¿cuál es la razón de que terminaran viviendo en El Junquito? –le pregunté a Carlos Julio.
-No hay una sino varias razones. La principal: la situación económica. Tú sabes que los arriendos aquí se volvieron demasiado costosos y las inmobiliarias no contratan con personas mayores o niños.
-Pero, ¿no tenía una pensión, no recibía regalías, no tenías ahorros?
-Mi padre fue muy abandonado en esas cosas. Imagínate que apenas en 2011, y por insinuación de otros artistas y de Geño Mendoza, se logró actualizar la lista de las canciones en ACIMPRO (Asociación Colombiana de intérpretes Profesionales) para que empezaran a pagarle sus regalías. El monto de esto era de unos 700 dólares cada seis meses.
-Conociendo lo refinado que era, me imagino lo que sintió al ver cómo iba cayendo cada día su nivel de vida.
-Mis padres y mi hermana salieron de Petare escondidos en la madrugada y yo los metí muy sigilosamente en ese apartamentico de unos 40 metros cuadrados de El Junquito. Cuando los dueños de la vivienda se enteran de que mis padres están ahí me llama la señora con la que se había arreglado el arriendo y me reclama diciéndome que eso no es un geriátrico. Me sentí humillado. Prácticamente me secuestraron a mis dos viejitos. No los dejaban salir, aparte de que las calles eran empedradas y muy empinadas, aquella era una barriada muy peligrosa. No te imaginas el miedo que sentí ante el acoso de las pandillas de malandros, tal vez mandados por los dueños de la casa. Pero los vecinos se dieron cuenta de todas las calamidades por las que estábamos pasando y se solidarizaron con nosotros, llegando incluso a reclamarle a los dueños de la vivienda.
– ¿Y cómo se alimentaban?
-Imagínate que los dueños del apartamentico, que vivían al lado, nos quitaban el agua, así que difícilmente podíamos cocinar. Comíamos bien una sola vez al día porque yo había hecho un arreglo con un portugués, propietario de un restaurante, para que diariamente me enviara cuatro almuerzos. Los vecinos nos daban cena y desayuno. La falta de una buena alimentación nos llevó a un estado de desnutrición. Estábamos como presos, los pobres viejos no podían ni siquiera tomar el sol.
– ¿Cómo podían vivir los cuatro en un espacio tan reducido?
-Esos cuarenta metros cuadrados lo ocupaban, casi por completo, todos los recuerdos de las épocas de bonanza. En una pequeña azotea se amontonaban más de ocho maletas y cajas con las cosas de valor de mi padre. Sus últimas posesiones terrenales.
El Junquito fue la última estación en el vía crucis de Nelson Pinedo. A ese cerro llegó la familia en abril de 2015. Desde entonces, Nelson Pinedo tan solo salió en diciembre de ese año para cumplir el concierto de Cartagena, premonitorio del desastre que vendría después.
Conversaciones en La clínica la Isabelica 1
La clínica La Isabelica, mi lugar de trabajo, no era, lo admito, el mejor sitio para conversar con Nelson Pinedo, pero era el único posible en aquel terrible momento.
Conociendo la gravedad de su padecimiento, sabía que disponía de poco tiempo para indagar sobre tantos aspectos desconocidos de su vida y trayectoria que, a mí, particularmente, siempre me habían intrigado, hasta entonces, todo lo que yo sabía de él es lo que todo el mundo sabe: nombres, fechas, anécdotas, episodios de su vida y de su carrera que Nelson iba repitiendo a quienes lo entrevistaban para los medios y a sus biógrafos.
El clima de confianza entre los dos se fue creando, casi de manera espontánea, con cierta reticencia de su parte al principio. No tardé en comprender que también él deseaba desahogarse en el momento culminante de su larga vida, quizá como un acto de gratitud hacia la persona que le había extendido la mano.
Todo comenzó a las 72 horas de su ingreso, una vez estabilizado clínicamente y un tanto recuperado, ya Nelson era otra persona. Marcado por la edad y, sobre todo por la mala vida que debió soportar en los últimos quince años, sus cualidades de conversador y bromista estaban intactas. Hablaba con un acento que era una mezcla de cubano, colombiano y venezolano.
El viernes 14 de Octubre ya el paciente tenía otra cara, al mejorar su cuadro de anemia, después de haberle administrado una transfusión, su estado general también experimentó una cierta mejoría. Sentí, que había llegado el momento de iniciar con él un primer diálogo exploratorio y ver si era posible mantener estas conversaciones cada vez que su estado lo permitiera.
Por las circunstancias en que este libro fue escrito y por lo inédito de las confesiones que me hizo al borde de la muerte y por los testimonios gráficos y documentos inéditos que se muestran aquí, esta es una obra diferente.
Como contrapeso a la novela de mi amigo Andrés Salcedo González, yo decidí narrar estas vivencias y sacar a la luz su autobiografía, tal cual como él la escribió en su carpeta de apuntes diarios y que en su hora final me pidió que se la publicara. Ese es su testamento. El recuento de su vida. Su niñez, sus inicios, sus giras triunfales, todo escrito de su puño y letra.
Para construir mi visión de Nelson Pinedo, mezclé todo cuanto tuve a la mano, como en una coctelera. Incluí la transcripción de algunas entrevistas que Nelson concedió en diferentes países y a diferentes medios, y que también encontré en ese baúl repleto de tantos recuerdos. Y eché mano de los archivos del disco duro de su computador personal, que él conservó pese a tantas mudanzas.
No todas sus pertenencias corrieron la misma suerte. Muchas se extraviaron o fueron a parar a manos de personas inescrupulosas, algunas de ellas verdaderas alimañas que incluso se aprovecharon de la bondad patológica de su hija, Rosalba, que todo lo regalaba.
Hubo momentos de nuestras conversaciones en que sus respuestas a mis preguntas alcanzaron el carácter de una confesión, una oportunidad única que yo tomé como un regalo del Todopoderoso.
Fui eligiendo y editando sus respuestas como quien va armando el rompecabezas que fue, en el fondo, la vida de Nelson Pinedo, antes de meterlas en la coctelera.
He tratado de conservar el tono, a veces grandilocuente, con que Nelson respondió a mis preguntas, que siempre fueron respetuosas, el mismo tono con que escribió sus apuntes autobiográficos: «Soy un agradecido de la vida, un predestinado del Creador., yo, desde mis inicios, he contado con una buena estrella, soy un ser enmantillado, como decían los abuelos, si no, cómo te explicas que yo, un carajo humilde de Rebolo, aterrizó en la Habana, tierra de cantores y llego a formar parte de esa constelación de estrellas de diferentes nacionalidades involucradas en el fabuloso proyecto que fue la Sonora Matancera.
“Son los designios de Dios, Ricardo, la predeterminación de los seres terrenales guiados por el espíritu de alguien. Sí, claro, te puedo contar anécdotas tristes de mi vida, las hay a montones, pero, para qué más tristeza, con la que he tenido que vivir en estos últimos años es suficiente, ¿no te parece, hermano? Hablemos más bien de lo bueno que me pasó en este tránsito terrenal.
“Ah, mis momentos en Cuba, fueron seis años que me marcaron, como artista y como ser humano. Cantar con la Sonora, conocer personalmente a mi ídolo Daniel Santos. Verme rodeado de tantas grandes figuras del espectáculo, compartir con ellas, Olga Guillot, Lucho Gatica, Celia, Celio, Bienvenido. Y Benny Moré. El Benny. Un ser extraordinario, extravagante, querendón, un tipo al que quise mucho. El ambiente musical en esa Cuba era fenomenal, chico. Todo lo que vino para mí después, mis éxitos en México y otros países, tuvo su génesis en Cuba.
“Llegué a La Habana en un momento político difícil. Estaba en el poder, por un golpe de estado, Fulgencio Batista y la agitación política se sentía casi que, a diario, con movimientos estudiantiles y una guerra de guerrillas que no cesaba sus ataques. Los atentados estaban a la orden del día. Pero nada de esto perturbaba a esa Habana trasnochadora que algunos llamaban Las Vegas del Caribe. Allí el mundo del espectáculo se mantenía en pleno furor. Pero también florecía el bajo mundo de los juegos y la prostitución. Como el sucio que se esconde debajo de una alfombra lujosa, ¿tú ves?
“Me hice figura en Cuba, pero desde mi llegada mantuve respeto por los cubanos. Por supuesto, al principio no fue fácil. Con el tiempo las cosas fueron mejorando. Disfrutaba las calles de La Habana, sus urbanizaciones o barrios como el Vedado y Miramar. Era todavía la Cuba del progreso, la pujanza económica y la de las grandes zafras azucareras.
“Recorrer el centro de La Habana y visitar la Esquina del Movimiento, sus tiendas emblemáticas como El Encanto y Fin de Siglo eran momentos del carajo. Del culin culan, como dicen los cubanos.
Mis éxitos como artista me permitieron llevar una vida confortable. Tenía un carro convertible y paseaba por el histórico malecón acompañado de mi madre, para contemplar el atardecer. Para envidia de tantas muchachas, que, modestia aparte, me consideraban un man “pintoso” y me lo gritaban: «Epa, baja a esa vieja de ese carro y móntanos a nosotras». Jeje. Era una vida de muchas rumbas en la Isla y muchas oportunidades amorosas. Cuando estaba ya en mejores condiciones, me mudé solo a un apartamento en Miramar.
“Yo cargaba con mi vieja para todas partes, La Mona Fedullo, era muy coqueta y siempre andaba bien maquillada, así que contraté una peluquera de nombre Conchita, que trabajaba en un canal de televisión, para que me la atendiera, como buena Barranquillera, mi vieja era muy sociable, se hizo muy amiga de Celia Cruz y su hermana, Siempre andaban juntas las tres, en el baúl encontrarás muchas fotos de ellas.
“Mi madre, tenía un carácter muy fuerte, eso le venía de su sangre cachaca mezclada con Napolitana. Era muy posesiva, lo que me trajo problemas en mis relaciones amorosas.
Recuerdo que ella estaba viviendo conmigo en La Habana, cuando conocí a una vedette Cubana, Eudalia García, con quien mantuve una relación muy tormentosa y la vieja siempre intervenía.
Eudalia salió embarazada pero nunca vivió conmigo, al nacer mi hijo Nelson, en julio del 56, mi madre fue enseguida a conocerlo, yo quise hacer lo mismo, pero a mí Eudalia, llena de resentimiento, no me lo dejo ver, a pesar de su rechazo y de que vivíamos separados, yo siempre correspondí con los gastos. Lo primero que hice, fue tomar en alquiler un apartamento para ella y el niño.
“En 1957, me contrataron para una gira de presentaciones en Venezuela. En Caracas me encontré con el cantante Mejicano Eduardo Solís, a través de él conocí a Carmen Delia Gómez., fue amor a primera vista. Ella era divorciada y tenía un hijo.
“Terminada la gira, regresé a La Habana y nada más llegar fui a ver a mi hijo, esperando que su madre se hubiera tornado más comprensiva pero el portero del edificio me sorprendió con la noticia de que Nelson Junior y su madre se habían mudado, no había vuelta atrás. Eudalia me había arrebatado la oportunidad de ver al niño.
“En febrero de 1958, volví a Caracas para cantar con la Sonora en unos carnavales, pero con la secreta intención de quedarme a vivir allí. Después de nuestra última presentación el martes de carnaval en el Hotel Tamanaco, le comuniqué a Rogelio Martínez, mi decisión de abandonar el conjunto.
“En Caracas, comencé mi vida matrimonial con Carmen Delia Gómez, de quien seguía muy enamorado. En 1959, fui a La Habana a recoger mis cosas y a liquidar todos los asuntos pendientes, hasta tuve que regalar a unos vecinos el perrito que siempre me acompañó y al cual bauticé con el nombre de Buck Canel, en honor al famoso locutor deportivo.
“Con Carmen Delia, partí a México a cumplir un contrato que me ofreció el famoso César «Chato» Guerra, manejador de grandes figuras de aquel tiempo y con quien tengo una deuda de agradecimiento por toda la ayuda que me prestó en tierras Aztecas.
Con Carmen Delia, viví en México siete maravillosos años hasta nuestro divorcio, no tuve hijos con ella. Un ginecólogo amigo me confesó que ella, a mis espaldas, se había mandado a esterilizar.
“Después de mi periplo Mexicano, volví a Caracas en 1964, contratado, otra vez, para unos carnavales. Yo había conocido en La Habana a una muchacha que hacia parte de una coreografía que dirigía Joaquín Riviera, cubano, que trabajaba en el canal Venevisión y se la había traído a Caracas. Ya desde la Habana yo mantenía correspondencia con ella, Su nombre era Carmen Gómez Borges, pero artísticamente era conocida como “La Selva”.
“Pues, cómo te parece, Doc., que “La Selva”, que se había convertido en intermediaria de empresarios musicales fue la que me contactó, me ofreció el contrato y me envió a México los pasajes. Como buena cubana, ella tenía, en la avenida Urdaneta de Caracas, un local donde leía cartas y hacia “trabajos esotéricos”, como los llamaba. Por tradición, estos cultos también tienen gran arraigo en Venezuela. A su local asistían personajes de la política y la farándula venezolana de la época.
“Al día siguiente de mi llegada la visité para agradecerle y ahí mismo, en ese sitio, conocí y me enamoré perdidamente, a primera vista, de Alba Marina Blanco, quien se convertiría en mi gran amor y mi última esposa: mi “peor es ná».
“Te sigo contando. En Caracas se presentaron ciertos inconvenientes después de firmar el contrato para las presentaciones durante la temporada de carnaval. Cuando me di cuenta de que me estaban incumpliendo ciertas cláusulas del contrato decidí cortar por lo sano e irme para EEUU, donde tenía compromisos firmados de antemano, así que aproveché que Alba tenía visa norteamericana y la invité a acompañarme. Para los dos fue como una luna de miel.
“Después de mis años dorados con la Sonora, resolví continuar mi vida artística como cantante solista y, como tal, con diferentes acompañamientos, emprendí giras por varias ciudades de América Latina y los Estados Unidos. No me gustaría volver a contarte las cosas lindas que me pasaron en Nueva York, mis grabaciones con varias de las orquestas más famosas de América Latina, todo eso la gente conoce de sobra. Prefiero recordar contigo mi “tras escena” neoyorquina, esos momentos que me marcaron en mi feliz visita de recién casado a la Gran Manzana, que terminó siendo un tiempo nuestro lugar de residencia.
“En Nueva York vivimos en Manhattan, en un edificio de nombre Riverside. Recién desempacado ya me estaba codeando con los grandes. Un día me encontré con Felipe Pirela, el gran bolerista venezolano y su joven esposa. Éramos vecinos y los dos estábamos en el top ten de la música latina en Nueva York. Además, fuimos muy buenos amigos.
“Me marcó el debut con Los Titos, Tito Puente y Tito Rodríguez, que para esa fecha estaban peleados. Tito Puente fue quien me presentó en el escenario. Después, a las pocas semanas, grabé un álbum con Tito Rodríguez. Aquello fue apoteósico. En general, a mí me ha ido muy bien con los boricuas. Con ellos siempre tuve una gran afinidad: Daniel Santos, Tito Puente, Tito Rodríguez, Cheo Feliciano, Tito de Rivera. Mi paso por la Isla del Encanto y mis grabaciones con Cortijo y Tommy Olivencia es de las cosas que realmente me enorgullecen. Igual que el honor de haber sido escogido para el premio Ace de Nueva York, que era, en ese momento, el mayor reconocimiento de la Asociación de Cronistas de Farándula de los Estados Unidos, el más apetecido por los artistas.
“Pero, te soy sincero, Ricardo, por encima de los triunfos, lo más importante para mí fueron mis amigos. La hermandad que me brindó Farid Char fue algo único. Junto a él había un grupo de grandes seres humanos que me ayudaron. Recuerdo a Álvaro Barbosa, mi gran anfitrión cada vez que visitaba Barranquilla. Tu hermano Saúl, a quien conocí en los años noventa y nos hablábamos con frecuencia por teléfono, lamentablemente, perdí el contacto cuando él se fue a vivir a Miami. Y ahora tú, carajo, que me tienes lleno de tubos por todas partes y yo sé que me vas a sacar adelante. De aquí, de tu clínica, hermano, si Dios lo quiere, viajaré a Barranquilla y estaré acompañando a mi amigo Ley Martin en el show de sus Premios Luna, ahora en noviembre, puede decirse que, desde 1969, hasta ahora que tú me rescataste y me trajiste aquí, he vivido permanentemente en Caracas, donde conocí a muchos grandes personajes ligados al espectáculo. Estuve 10 años como artista de planta en Venevisión, en el programa Sábado Sensacional, que dirigía ese grande que fue Amador Bendayán.
“¿Qué por qué elegí Venezuela para vivir? Bueno, en esa época, este país era uno de los polos del movimiento musical en nuestra América. Competía con Cuba, México, Argentina. Y estaba en pleno furor el boom petrolero. Aquí tuve siempre gran actividad, actué, presenté y grabé con diferentes grupos y orquestas. Y, algo que todavía hoy me llena de orgullo, representé a la Sonora Matancera y la contraté en varias oportunidades para que viniera a tocar en Venezuela. La verdad, nunca estuve de acuerdo con esas presentaciones y el tiempo me dio la razón. Pero, bueno, te cuento las cosas como fueron.
“Con la Sonora, hicimos muchos shows juntos y giras al exterior. Fuimos socios en lo que bautizamos como Pacto de Caracas y que firmamos en 1971 con Rogelio Martínez. En una notaría de Caracas, registramos una compañía que se llamó ROLINECA, por las iniciales de nuestros nombres: Rogelio, Leo, Nelson y Carlos Argentino. Lamentablemente, fue un proyecto fallido.
De mis amigos de la Sonora tengo que reconocer que con quienes tuve una mayor relación fue con Carlos Argentino y Leo Marini. Este par de argentinos vivieron por mucho tiempo en Caracas y cantaron en las orquestas de Renato Capriles”.
“En Caracas, tuve la fortuna de conocer a un gran amigo, Rodrigo Soto Restrepo, antioqueño, que llegó a ser presidente de Discomoda. Lo traté durante más de treinta años. Nunca conocí a alguien con tantas y tan buenas relaciones públicas. Rodrigo era extraordinario anfitrión. En su apartamento compartimos muy lindos momentos amigos y personajes tan entrañables como Alfredo Sadel, Pedro Vargas, Carlos Julio Ramírez, Lucho Gatica, Chelique Sarabia, Leo Marini y muchos más ligados a la industria del disco.
“Pero creo que el evento del 1 de julio de 1989 en Nueva York, organizado por Gilda Miros, con motivo de los 65 años de la Sonora Matancera, ha sido el reencuentro más importante de nuestras vidas. Fue como si nos estuviéramos despidiendo.
Después de aquella cita, empezaron a fallecer todos mis compañeros, a mí me tocó ser el maestro de ceremonia de este acontecimiento, del cual recuerdo, con especial orgullo, las palabras de reconocimiento que me dedicó Rogelio Martínez y la impresionante ovación que se le brindó a nuestros compañeros ausentes. “Pero bueno, ya estoy un poco fatigado, mi querido doctor, he hablado más de la cuenta, mañana podemos seguir hablando. Si es que me sigue funcionando el cucharón”.